La complejidad sutil de Fernanda Trías

La novelista uruguaya, autora, entre otras novelas, de Mugre rosa y La azotea, estuvo en Guadalajara para hablar de técnica, método y pasión literaria

Por Ángel Melgoza / Fotos de R. Cortés

A veces lo mejor es no iniciar una historia por el principio, sino por el final: 

 

Apresurada, con una maleta que se atoraba entre las bicicletas estacionadas, partió rumbo al aeropuerto la escritora uruguaya Fernanda Trías… (borrar) 

 

 

A veces lo mejor es no iniciar por el principio, sino por una zona intermedia: 

 

Con cara de póker recibió la escritora uruguaya Fernanda Trías el anuncio: Y ahora, una canción regional interpretada por la alumna Diana Yoselyne: 

 

Ay, disculpen si soy un poco coqueta ¡eh!, 

Me gustas mucho

Me gustas mucho, tú

Tarde o temprano seré tuyo, 

¡mía tú serás!… (borrar)

 

A veces, en cambio, lo mejor es comenzar una historia en un punto significativo para generar una sensación de hipnosis. Todo lo que se pueda contar después, lo dejas fuera. 

 

En mis talleres me gusta tomar inicios de novelas y observar las diferentes estrategias que utilizan los autores. Funciona empezar in medias res, ya iniciado el conflicto. Hay autores a los que se les aparece la historia, una imagen, o un personaje, y hay escritores que hacen una novela ¡porque tienen un buen título! 

 

El público ríe escuchándola. 

Nacida en Montevideo en 1976, años de dictadura, Fernanda Trías recuerda haber crecido jugando en hospitales o acompañando a su padre a las consultas médicas barriales. Muchas veces se quedaba en el auto con su hermano, mientras veían a su padre partir hacia una casa, y volver con un pollo o un cerdo, el agradecimiento vuelto ofrenda. 

 

Había mucho misterio en el tema del cuerpo y la enfermedad, jugar abajo de la cama de los enfermos, el propio misterio de poder cuidar un cuerpo enfermo sí me parece fascinante y esa es una profesión frustrada que queda para otra vida. 

 

Llegó a la ciudad invitada por Guadalajara Capital Mundial del Libro el pasado martes 27 de septiembre. Hace un año, en 2021, fue galardonada con el premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz que reconoce el trabajo de escritoras hispanas desde 1993 y que otorga la FIL Guadalajara. El premio lo obtuvo por su más reciente novela, Mugre rosa (Random House, 2020).

 

Fernanda salió de su país en 2004 y no volvió más que por cortos periodos de tiempo. 

 

Viajó a Francia gracias a una beca literaria y se quedó a vivir en Provins —una pequeña ciudad fortificada de origen medieval, cercana a París— por cinco años. 

 

Vivió algunos meses en Londres y un año en Berlín antes de ser admitida en la maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York (NYU) que la llevaría a vivir dos años en esa ciudad; al terminar se instaló en Bogotá, Colombia, donde ha residido desde entonces. 

 

Cada ciudad, cada cambio, la han marcado y le han permitido explorar diferentes perspectivas y facetas de su personalidad. Esto, por supuesto, ha dejado impronta en su escritura. Y, sin embargo, muchos de los elementos presentes en su obra desde hace veintitrés años, cuando escribió su novela La azotea (2001), permanecen en ella. El miedo. El sentido de sobrevivencia. Los cuidados y la vulnerabilidad. Los silencios, lo que no se dice.

 

Tardé muchos años en reflexionar sobre esto —sobre su infancia en el Uruguay de dictadura— y en darme cuenta cuánto me marcó; porque yo te estoy contando cómo era la vida y suena a que estoy hablando de mis libros; eso se filtró y cuando escribí La azotea no me di cuenta de lo mucho que estaba influída por esas vivencias de infancia, donde hay una amenaza, un algo amenazante que está afuera. 

 

Fernanda estudió traducción y por muchos años administró su tiempo entre la lectura, la escritura y la traducción de documentos técnicos, muchos de ellos médicos, su profesión frustrada. Sólo hasta hace poco pudo dejar la traducción para trabajar de lleno en su literatura, y como profesora de escritura creativa en un programa de maestría en Bogotá. 

Quizás por esa experiencia, como alumna y profesora de escritura, Fernanda tuvo un encuentro lleno de preguntas y reflexiones en torno a la literatura y a eso que llamamos “proceso creativo”, tema que la apasiona, con estudiantes y profesores de la Licenciatura en Escritura Creativa de la Universidad de Guadalajara, en el campus del CUCSH Belenes el miércoles 28 de septiembre.

   

Entre otras cosas los alumnos le preguntaron por sus horarios de trabajo:

 

Yo escribía en la noche, a partir de las seis de la tarde. Eran los tiempos previos a las redes sociales. Escribía hasta muy entrada la madrugada, con una energía nocturna de la juventud. En la medida en la que pasa el tiempo, diez años después, trabajaba, estudiaba y notaba que cuando llegaba la noche estaba muy cansada, me costaba. Yo, que por la mañana no podía ni pensar, me enfrenté a la disyuntiva: o escribo cuando pueda o no voy a escribir nunca más. Hice un esfuerzo consciente por escribir por las mañanas, ahora es lo primero que hago en el día, y no permito que ese mundo exterior entre; lo primero que hago es ponerme directamente a escribir. 

 

Por la tensión narrativa: 

 

No es lo mismo si yo elijo narrar La azotea desde donde lo hice, desde el final, porque tiene una forma circular: empieza donde termina. Sabemos el resultado desde el principio, y eso es lo que genera la tensión. Ya sabemos el final, pero no leemos para saber el final, sino para saber cómo hemos llegado hasta aquí (…) Y hay otro elemento fundamental que colabora muchísimo para mantener la tensión: lo no dicho (…) La tensión se mantiene en medida que hay una cantidad de cosas que laten por debajo del texto, y laten porque no se han dicho. Si yo lo esclarezco, se afloja la tensión. El lector intenta leer entre líneas y hace un esfuerzo. El mayor desafío de la escritura es cómo escribir entre líneas.

 

Por la construcción de personajes:

 

Los voy construyendo en capas, en el primer borrador, puede ser que sean más planos, y en la segunda vuelta les pongo otra capa, y otra, y otra. Tengo dificultad para explicar a mis personajes, porque en la medida en que tiene muchas capas se vuelve más real y más difícilmente descriptible. El personaje muchas veces no puede comprenderse a sí mismo, y eso ayuda, porque nosotros no somos conscientes de la mitad de las cosas que hacemos. Trato de construir personajes en la gama de los grises, no en lo blanco y negro.

 

Por la Fernanda profesora y sus características dentro del aula:

 

No soy Maradona. Mi sensación es que trato de ser un facilitador en el aula para que eso que ya venía, ese deseo de narrar, alcance su máxima expresión. Porque uno ya viene con su universo, mucho desde la infancia (…) Mucho tiene que ver con exponer a los estudiantes a una serie de lecturas que les abran el panorama, porque cuando hurgamos en esas personas siempre leen lo que les gusta y hay que abrir caminos, dinamitar, y una manera que encuentro es exponiéndoles a textos disímiles, raros (…) Y reflexionar en diálogo para entrenar el ojo y aplicarlo a lo que uno escribe. Una cosa que hace mucho daño es que nos hagan creer que no hay nada que aprender, que teníamos que haber nacido aprendidos, y que cuando nos toque la inspiración, ahí vamos a escribir. Eso es una cosa romántica y antigua de ver al poeta en comunión con los dioses… cuando los músicos, bailarines, se pasan años practicando, estudiando, aprendiendo la técnica y pareciera que en todas las artes está bien visto aprender con otras personas (…) Hay que derribar ese mito romántico porque empobrece la práctica artística. En mi clase discutimos mucho y desde un lado constructivo para el autor: qué cosas funcionan y qué cosas no, dentro de las propias reglas del texto.

 

Por su decálogo, por los diálogos, por los finales, y por la publicación. Dentro de todo esto destacó la importancia de generar una comunidad. En su caso fue una recomendación la que la llevó a publicar su primera novela, La azotea, a los 21 años. Y los programas literarios de licenciatura, posgrado o talleres, son importantes para crear comunidades literarias. 

Ese mismo miércoles por la tarde, en el Acuario Michin, Fernanda se reunió con el periodista ambiental tapatío Agustín del Castillo para charlar con bibliotecarias de la ciudad.  El tema central fue la crisis climática, el medio ambiente y su relación con la literatura.

 

En su más reciente novela, Mugre rosa, un misterioso viento aqueja a una ciudad costera provocando aislamiento, enfermedad y muerte; una constante alarma anuncia la llegada de ese mortífero viento que es solo una parte de una crisis ambiental que ya ha actuado contra la fauna marina y que ha alejado a las aves definitivamente del territorio infectado.

 

El tema climático no es una cosa para expertos, mientras no colectivicemos no vamos a poder empujar a la acción. Desde mi ámbito, que es la literatura, aporto mi granito de arena (…) Quiero seguir pensando nuestra relación con la naturaleza, y cómo desde el lenguaje puedo representar una relación más horizontal: siempre que decimos naturaleza lo hacemos sin pensarnos integrados a ella. Hablar, por ejemplo, de que “el hombre doblega a la selva”, o viceversa, desde ahí hay una separación y se plantea un combate inexistente porque la naturaleza somos nosotros. 

Cuando Del Castillo elabora sobre la historia de los seres humanos sobre la Tierra, y sobre la historia de ésta, se destaca una de las verdades más atroces en la que hemos venido a reflexionar en nuestros días: el hecho de que si dividimos la historia del planeta en un periodo de 24 horas, la especie humana —que está llevando a otras miles de especies a la extinción—, apenas ocuparía un minuto: “¿por qué no ser más humildes?”, pregunta el periodista.

 

De todo lo dicho, Fernanda se queda pensando en el papel del Estado que ella representó en su novela, un aparato de gobierno que monta una pantomima, una farsa, en la que todas sus acciones son llevadas a cabo para simular, para ocultar. “Todo lo hacen para la foto”. 

 

Reflexiona sobre el periodismo mismo, y cómo internet, que se pensó como un espacio liberador, democratizador, resultó tener un lado oscuro pues cada persona se convirtió en su propio canal con su propia verdad, lo que resulta en una dificultad más a la hora de accionar pues ¿cómo nos vamos a organizar como comunidad si cada uno está convencido de una cosa distinta?, pregunta Fernanda.

Hace unos meses, cuando Fernanda recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz, en su discurso soltó una friolera de datos sobre el impacto de las actividades humanas en la Tierra y la rápida extinción de la vida que estamos provocando. 

 

Justo cuando yo empezaba a sentir que esta era una escritora muy comprometida con la causa ambiental, una activista, Fernanda me calló la boca: 

 

No se trata de activismo ambiental; yo sigo hablando de literatura, del proceso creativo de una novela que se originó en una pesadilla recurrente

 

 

A partir de la publicación de Mugre rosa en 2020, novela que fue terminada un año antes en 2019, muchos periodistas y medios no hemos perdido la oportunidad de preguntar por eso: por la adivinación, por su capacidad de prever algo muy similar a la pandemia de covid, por entrever la crisis sanitaria. Y ella misma dijo en su discurso que ya la habían llamado “bruja” por lo mismo. Sin embargo, eso, la adivinación, es algo para lo que no tiene respuesta.

 

La sensación fue de resignación. Porque imagínate que yo había pasado años construyendo un mundo raro, en el que la gente usa cubrebocas. Y de pronto pasa esto y mi novela justo va a salir en ese momento. Dije, la realidad se come a la novela, se la traga. Eso que yo quería construir para plantearle al lector una experiencia de enrarecimiento, que se metiera en esa neblina y fuera viviendo ese enrarecimiento, ahora no iba a ser tan raro (…) Sí me desanimó y tenía miedo de que se leyera como una obra pandémica. Y mi miedo era que ahora todos iban a hablar de la coincidencia y no de lo que a mí me importaba, que era lo que estaba pasando en el centro de esa catástrofe: esa mujer, ese niño, la enfermedad, la maternidad, los cuerpos, la soledad, el lidiar con el pasado.  

 

El escenario apocalíptico de Mugre rosa, que con sus matices pudiera parecerse a lo vivido durante los meses más graves de la pandemia, no es la novela en sí, sino eso: un escenario. Un lugar habitado por una mujer, su madre, su ex pareja, un niño enfermo, y una voluntad por sobrevivir. Y esta historia, y estos personajes, son elementos de una reflexión compleja y profunda sobre la vida y sobre nuestros tiempos.

 

Sobre su propia historia, con la lectura y con la escritura, Fernanda Trías leyó el jueves 29 de septiembre en el Laboratorio de Arte Variedades “El cascarón es el mundo”, texto biográfico inédito que preparó durante largo tiempo, hurgando en sus archivos, revisando mails viejos, explorando su memoria, haciendo un extenso trabajo de arqueología personal. 

Aquello fue como sumergirse en el tiempo, en las épocas, en mundos distintos, imposibles, jamás imaginados. Fue como irse a vivir ahí, como mudarse, pasar un tiempo largo en esa tierra inexplorada, habitarla.

 

Ya no hay tiempos muertos, porque cuando tú quieras abres el libro y te teletransportas, dijo Trías al día siguiente, frente a un grupo de ochenta estudiantes que cursan el bachillerato en el Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Jalisco (CECyTEJ), y que terminarán sus estudios con una carrera técnica en puericultura, la crianza y el cuidado para un desarrollo sano de los niños. 

 

Rosalinda Salazar, directora del CECyTEJ plantel Parque Solidaridad, y la maestra Julia Catalina Argüello, la acompañaron a ella y a Martín Solares en la charla, que arrancó con preguntas sobre cómo le había cambiado la vida la literatura.

 

El libro es mágico. Puedes sentir más real a un personaje que está escrito en letras negras sobre fondo blanco o amarillento que a la persona que está sentada a tu lado. Te parece entenderlo más porque al leer una novela tienes acceso a todo el mundo interior de ese personaje, muy detallado, y te parece que lo conocés de toda la vida. Esa conexión fue la que me transformó, porque sentí que la soledad desaparecía.

 

 

Después, la estudiante Diana Joselyne Gutiérrez cantó y bailó, primero al ritmo de “Me gustas mucho” y después al del popurrí ranchero que incluyó “Copitas de mezcal”, “La tequilera”, y “La charreada”, entre aplausos y risas. 

El sábado, después de impartir clases virtuales desde la habitación de su hotel, Fernanda salió rumbo al aeropuerto. Antes, se encontró más que preocupada ante la posibilidad de perder su vuelo, en medio del tráfico de las dos de la tarde. Y un poco antes de eso disfrutó de la inauguración de una muestra en un museo del centro de la ciudad. 

 

También en eso, en lo que no se dice y en lo que no se puede saber, se parece la vida a la literatura.

 

Hay cosas que me gusta que en la literatura sean como en la vida, y una de ellas es la complejidad. No todo se puede saber, no todo se va a entender, y tal vez eso está bien, que no se entienda. Y el mundo de los afectos es completamente neblinoso, no puedes decir es A, es B, es bueno, es malo, me quiere, no me quiere; todo está a la mitad del camino, entre esa maraña de emociones. 

 

Cuando la entrevisté, Fernanda me habló de algunas de sus obsesiones. Una de ellas, las estrategias que utilizamos para lidiar con el miedo: 

 

Me fascina y me obsesiona que organizamos nuestra vida a partir de carencias: hay que tener pareja para no quedarse solo; hay que tener un trabajo fijo para luego tener una jubilación. A partir del miedo a lo que no voy a tener. A veces pienso que yo escribo todo el tiempo sobre todas esas sutilezas, contradicciones y hasta absurdos del alma humana.  

 

Fernanda Trías volverá a Guadalajara para la FIL de este año, con motivo de la reedición de su novela autoficcional La ciudad invencible, publicada en México por Dharma Books. ⚫

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