La vida mística de Hugo Hiriart

Celebramos ochenta años de vida del novelista, ensayista, y dramaturgo mexicano. 

 

Por Ángel Melgoza / Foto de Javier Narváez

 

Veo la foto en blanco y negro y me parece un guerrillero: lleva la barba crecida, el pelo ni muy largo ni muy corto, y el clásico puro en la boca sostenido con los labios. Parece socarrón, es joven, pero no demasiado. El personaje es Hugo Hiriart, un lector, escritor, dramaturgo, guionista, ensayista, periodista, que también ha hecho de actor y pintor. Es un hombre de letras y el misterio, me parece, es saber cómo llegó a serlo. 

 

No es que exista un secreto imposible de revelar o que el autor sea un ogro infranqueable que oculte su pasado —aunque es cierto que prefiere no hablar de él—, es más bien que Hugo Hiriart ha hecho tantas cosas, conocido a tanta gente, y estado en tantos lugares, que es difícil conocerlo y resumirlo. 

 

Podemos decir que nació en la Ciudad de México un 28 de abril de 1942, y que varios años más tarde, en la secundaria, su padre —un ingeniero civil—, le regalaría un libro que marcaría su vida, La isla Misteriosa, de Julio Verne; lo leyó y no paró. Leyó y leyó, tanto que se ha dicho que ha consumido bibliotecas y que su paraíso son estas y las librerías. 

 

En un punto Hiriart le había dicho a su padre que estudiaría Arquitectura, y pretendió hacerlo cuando en realidad acudía a clases en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda; pero eso duró apenas unas semanas, aunque sí le confesó a su padre que él quería ser pintor y escultor, y que hacía tiempo que no iba a clases de arquitectura, a lo que su padre dijo: “que bueno, que bueno que dejaste eso”.

 

Aunque su paso por La Esmeralda fue realmente fugaz, cosa de semanas; después decidió la licenciatura que quería estudiar, las de letras o literatura no eran una opción, pensaba que él ya sabía suficiente al respecto. Entró a estudiar Filosofía a la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Ahí fue alumno de notables filósofos como Ramón Xirau, Alejandro Rossi, José Gaos y Luis Villoro. 

 

 

Hiriart había entrado a la UNAM como investigador auxiliar del departamento de filosofía, y estudió ahí por siete años; le habían ofrecido una beca para realizar estudios de posgrado en Inglaterra y a su regreso podría incorporarse como investigador. Tenía, como suele decirse, la vida resuelta; pero un malestar y un disgusto comenzó a crecer en él, y mientras se detenía en un semáforo por la ciudad lo decidió: él no viajaría a Europa, y él no seguiría más ese camino.

 

Antes de renunciar a la filosofía, un día de la época, Hugo recibió la llamada de un tal Julio Scherer quien era asesor de Manuel Becerra Acosta (padre), director del periódico Excélsior. Fue en el año 1967, y Julio llamó a Hugo para invitarlo a llevar dos artículos al periódico, buscaban incorporar plumas jóvenes al diario. Hirart le entregó sus dos textos a Scherer quien los recibió y le comentó que no los publicarían, uno por estar fuera de plazo y otro por no hablar del país ni ser de un tema cultural. La sorpresa que se llevó Hugo Hiriart y su padre fue que dos días después este último encontró en el periódico un texto firmado por su hijo: “me estaba bañando y mi papá tocó a la puerta, ‘oye, sacaron un artículo tuyo en el Excélsior, no me habías dicho nada’”. 

 

Hugo Hiriart se hizo editorialista del diario y amigo de Julio Scherer, quien al año siguiente, el 31 de agosto de 1968, fue elegido director general del periódico tras la muerte de Becerra Acosta. Hugo le pidió trabajo a Julio tras decidir que sería escritor y que para ello debía renunciar a los estudios en el extranjero y a la vida asegurada. 

 

Estando en Excélsior el escritor trabajó en el área de televisión del periódico, formó parte del equipo de programas y noticieros. Y a principios de los años setenta, en 1972, presentó su primera novela, Galaor, una versión diferente del mito de la Bella Durmiente, una fantasía de caballerías. 

 

La soledad a la que lo relegaba la escritura quiso Hugo combatirla con la puesta en escena de una obra de teatro; se le ocurrió que su hermana, quien entonces practicaba actuación, invitara a otras tres amigas, actrices, y en el comedor de su casa se pusieron a ensayar. Su obra La ginecomaquia fue escrita en 1972. Mientras ellas actuaban, él corregía, esto le permitía ir siguiendo el hilo de las cosas que funcionaban, lo que salía bien: “en general en el arte es más importante que sepas darte cuenta de lo que está bien que de lo que está mal, porque lo que está bien te está enseñando cuál es el camino para que tengas un estilo” dijo Hirart en entrevista con Alberto Tavira para TV Azteca. 

 

 

El artista gráfico Alberto Beltrán, también amigo de Hiriart, le dio la primera oportunidad de presentar su obra en uno de los teatros que dirigía: no le podía pagar, pero le podía prestar el espacio y hacer difusión. El nuevo director de teatro aceptó. 

 

Desde aquel entonces Hiriart se vinculó al teatro, del que suele decir que como en México no le interesa a nadie, es fácil encontrar un lugar. Algo tendrá de cierta su frase, pero mucho esconde también. Si el escritor logró hacerse un espacio y ser reconocido en el teatro mexicano fue sin duda por su talento para escribir, corregir, dirigir, y volver a repetir, una y otra vez, dicho proceso. 

 

En 1982 Hugo Hiriart salió de un centro de rehabilitación donde estuvo internado para superar su alcoholismo. Podemos imaginar que los años setenta y ochenta fueron tiempos difíciles por su adicción, sin embargo su actividad como dramaturgo no se detuvo, escribió una segunda obra, Casandra (1978), y fue invitado a montar su primera obra en el Ateneo de Caracas, en Venezuela. 

 

Su segundo libro publicado, el ensayo Disertación sobre las telarañas, fue editado en 1980. Desde entonces el escritor ha publicado siete novelas, nueve libros de ensayo, ha escrito guiones de películas, obras de teatro, libros para niñas y niños, y ganado premios, muchos premios, entre ellos el Ariel en 1993 (por el guion de Novia que te vea), el Juan Ruiz de Alarcón de Dramaturgia en 1999, el Mazatlán de Literatura en 2011 (por El arte de perdurar) y la Medalla Bellas Artes en 2017.

 

Este jueves 28 de abril de 2022 Hugo Hiriart cumplió 80 años, y con motivo de la celebración de su vida y de su obra el historiador Enrique Krauze escribió en su columna para el diario Reforma sobre el autor, y sobre su último trabajo publicado. En ella Krauze dice que quizás como Hiriart no estudió en colegios católicos sino en escuelas oficiales, “por eso pudo entablar una relación libre, gozosa y fructífera con la cultura católica, al margen de la estructura clerical. […] Su último título, Lo diferente. Iniciación en la mística (2021), es una joya: una pequeña y diáfana autobiografía espiritual, una evocación honesta de sus caídas e iluminaciones, una amigable cátedra sobre la intimidad religiosa, una mirada compasiva y sabia sobre los temas eternos de la condición humana: el mal, lo diabólico, el amor”.

 

Habiendo crecido en una casa alejada de la religión —el padre de Hugo era como hemos dicho ingeniero y aficionado a las matemáticas, y su madre una maestra que estudió en una Escuela Normal “que era muy de combate, muy de izquierda” según el propio autor—, la religión fue para él una rebeldía, una aventura; y escribir sobre ella en un tiempo como el actual, en el que no está precisamente de moda hablar de religión, habla del carácter de Hiriart, quien suele buscar hacer cosas distintas, cosas que no todo el mundo está haciendo. 

 

Así llega este último trabajo de Hiriart, quien en entrevista para Confabulario menciona que “Dostoievski decía ‘mientras haya pueblo va a haber religión, cuando se acabe el pueblo, se acabará la religión’ […] Siempre habrá gente que cree. Ahora, entre más educación tiene, menos religiosa es, no obstante, hay gente que es religiosa y que tiene mucha cultura”. Y un ejemplo es el propio Hiriart. 

 

Tanto Krauze, como el escritor Guillermo Sheridan —quien considera a Hugo su más viejo amigo, “mi hermano”—, han dicho que el mejor homenaje que se le puede rendir es leer su obra. Es Sheridan quien escribió que el hecho de que Hugo Hiriart se haya convertido en una leyenda radica en que no lo haya procurado: “Es un excéntrico natural, como Edith Sitwell, pero en varón, en mexicano y en gordo. Heterodoxo de la escuela del doctor Johnson o del gran Chesterton de Tremendous Trifles, ejerce un pensamiento que nada tiene que ver con la adiposidad o el exceso, sino, precisamente con su contrario. […] Hugo es un escritor que muda su anchura en una cabal anorexia del estilo y en una esbeltez de las ideas que sólo logran los sedentes de categoría.”

 

Leo a Hiriart escribir sobre la vida mística, un don de Dios, dice, y recuerdo todo lo que he leído sobre el autor, sus inagotables anécdotas, su inabarcable sed de leer y compartir la vida de tantas y tantas personas. Dice Hugo que al reino misterioso e íntimo no son los violentos quienes entran, sino quienes “deponen toda iniciativa y sin caer en un absurdo quietismo, dejan que el mismo Dios obre en ellos la maravilla de la vida mística”; y pienso que si una vida ha estado exenta de quietismo, y ha tenido la fortuna de encontrar amistades y talento, esa es sin duda la de Hugo Hiriart. 

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *