Protestas en Cuba tuvieron “que ver con gente que pedía comida, electricidad, agua”: Leonardo Padura 

El escritor cubano se presentó durante la pasada Feria del Libro para presentar una nueva novela de la saga detectivesca de Mario Conde. Hablamos con él de la novela, de La Habana, las protestas en Cuba y la situación editorial de la isla 

Por Ángel Melgoza / Fotos: Natalia Fregoso y Nabil Quintero (cortesía FIL)

 

Fumaba afuera del hotel. Era temprano, no más de las ocho de la mañana. Las oportunidades para entrevistar al escritor cubano suelen agotarse pronto, por eso fui hasta él y le pedí unos minutos, quince, para una entrevista. 

 

A pesar de que desde 1991 comenzó a publicar las novelas policiacas que protagoniza su entrañable personaje Mario Conde, fue mayoritariamente con la publicación de su novela histórica El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009) que su popularidad y reconocimiento internacional aumentaron considerablemente. 

 

Leonardo Padura ha escrito novelas, cuentos, ensayos, guiones cinematográficos, artículos y reportajes. Entre los premios más destacados que ha recibido se encuentran el Nacional de Literatura de Cuba (2012), la Orden de las Artes y las Letras que otorga el gobierno francés (2013), y el Princesa de Asturias de las Letras (2015).

 

Esta es la conversación que tuvimos con Leonardo Padura, quien presentó Personas decentes (Tusquets, 2022), la décima novela de la saga Mario Conde, en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.  



—Casi al inicio de tu nueva novela, Personas decentes, leemos: 

 

“La Habana, esa ciudad narcótica de perfumes, luces, tinieblas y fetideces extremas, el sitio del mundo donde él había nacido y le había tocado habitar por sus más de 60 años de residencia terrenal. Ahora se percibía como un aura benéfica, tal vez un estado de júbilo, de esperanzas. Un ambiente de cambios o al menos de deseos de cambios, una necesidad de volver a tener la posibilidad de soñar luego de tantos desvelos.” 

 

En esa Habana de 2016, con más turistas, nuevas formas de obtener un ingreso extra, sitúas el inicio de esta nueva novela de aventuras de Mario Conde. 

—Esta es una novela que como sabes tiene dos líneas argumentales casi paralelas que tienen una conexión interna. Una ocurre en el 2016, protagonizada por el personaje de Conde, en la que hay un asesinato muy cruento, [Reynaldo Quevedo] un personaje también muy cruel y que fue un represor de los artistas en ese período terrible de los años de 1970.  

 

Y la otra línea transcurre en los años 1909 a 1910, narrada por un policía [Arturo Saborit Amargó] que de alguna forma es un posible Conde a principios del siglo XX. Y tiene como un personaje central a un proxeneta, el más famoso de la historia de Cuba, Alberto Yarini y Ponce de León, un personaje muy peculiar, que de alguna manera se vuelve el hombre más representativo de ese momento histórico de Cuba, inmediatamente posterior a la independencia de 1902. 

 

Escojo esas dos Habanas porque creo que en esos momentos se manifiestan toda una serie de condiciones sociales, políticas, culturales, incluso arquitectónicas, pero sobre todo de estado de ánimo, que condensan una serie de preocupaciones, de esperanzas, de frustraciones que ha vivido la ciudad y sus habitantes. 

 

Yo pienso que una ciudad es en la parte más visible un espacio físico en el que la arquitectura crea una serie de sitios en los que se desarrolla la vida privada y la vida pública. Pero una ciudad también es un conglomerado de personas que poseen una cultura, y esa cultura es la que le da definitivamente el carácter. 

 

La Habana del 2016 vivió un momento distinto al que se había vivido años antes, y al que seguiría viviendo años después. Era un momento en el que circulaba la esperanza: el gobierno de Obama cambió muchas de sus políticas, vienen visitantes, se abren negocios, circula el dinero, la gente viaja… Durante tanto tiempo la gente anunció ir a Miami, que Miami se convirtió en un mito, El Dorado posible para los cubanos. 

 

Yo oí decir muchas veces algo que no me imaginé que oiría alguna vez en mi vida, y lo oía con cierta frecuencia. Gente que tenía negocios, posibilidades, que le iba bien, y decían ‘este viernes me voy en el vuelo de la tarde de American para Miami porque voy a cenar allá con unos amigos, el sábado voy a Los Cayos, el domingo voy a Disney World y el lunes por la mañana en el vuelo que sale a las siete regresó a Cuba para a las nueve estar en el trabajo’.  Eso fue algo que se practicó en esa época y todo eso se reflejó en el ánimo de la ciudad, que yo trato de reproducir en esta novela. 

 

Y lo reproduzco desde la perspectiva del personaje de Mario Conde, que con su carácter, desconfía de lo que está ocurriendo. Le parece que es una especie de espejismo, como en realidad fue. Un espejismo que duró muy poco tiempo, en el 2017 llega Trump al gobierno y hasta hoy no se ha recuperado ese tipo de relación con los Estados Unidos que movilizó tanto a la sociedad cubana. 

 

Mientras que en 1909, 1910, es la época en que impera en la ciudad, y digo impera con toda propiedad, el personaje de Alberto Yarini. Es la época en la que se está acercando a la Tierra el Cometa Halley que desestabiliza todo porque se suponía, por la información científica que se tenía entonces, que iba a impactar la Tierra y es un momento de gran locura, y de gran crecimiento para La Habana, que prácticamente en los primeros diez años de la vida republicana se transforma de la ciudad colonial y provinciana, en la metrópoli que sería a lo largo del siglo XX. 

 

—Y en esa época, de 1910, ¿qué es lo qué truena la ilusión, la esperanza, el sueño? 

—Es un momento en el que ya hay una carga pesada sobre la sociedad cubana por la presencia política y económica de los Estados Unidos. Recuerda que en 1898 los Estados Unidos intervienen en la guerra de independencia de Cuba, derrotan al ejército español, se quedan en Cuba, y en 1902, cuando va a terminar la intervención norteamericana, hubo una enmienda constitucional que se llama la Enmienda Platt que le daba derecho a los Estados Unidos a intervenir en los asuntos cubanos, como de hecho ocurrió en 1906, cuando se produce la segunda intervención que dura hasta 1909, que es el momento en que yo arranco la historia que cuento en la novela. 

 

Ese hecho provocó una gran frustración política y a la vez trajo otros efectos, uno de ellos es que los Estados Unidos, para que funcionara esa especie de protectorado que iban a tener en Cuba, tuvieron que hacer inversiones importantes. Y se empieza a transformar la ciudad. Se electrifica la ciudad, empieza una carrera por el lujo, por lo suntuoso, llegan automóviles, se construye uno de los sitios emblemáticos, el malecón de La Habana, ese que era el Camino Real que conducía de la ciudad hacia el oeste se convierte en la Avenida del Golfo. La ciudad entra en una dinámica muy fuerte con esta doble consecuencia, la de la política nefasta y la económica positiva de la presencia norteamericana en Cuba.  

 

Junto a esto empieza a desarrollarse lo que va a ser el gran mal de la República Cubana, la corrupción. Esa que abarca todos los aspectos, por ejemplo, las primeras elecciones de 1905, fueron unas elecciones que el partido que ganó se las robó tranquilamente, y ahí comienza un deterioro del sistema político republicano. Es una época en la que la prostitución, un fenómeno del que vive Yarini, crece enormemente, y produce una gran disputa entre los proxenetas franceses que dominaban el negocio y los cubanos que querían controlarlo. 

 

Hay una enorme especulación en todos los sentidos que terminó teniendo resultados económicos favorables en algunos casos, pero en otros terminó provocando esa enorme diferencia de posibilidades económicas. Fue un fenómeno que con sus características propias, locales, ocurrió en toda América Latina. Por eso, todavía hoy América Latina es la región del mundo con mayor disparidades sociales.

 

 

—Más adelante en la novela, en La Haban del 2016, dices que los policías cubanos “debían evitar a toda costa una manifestación, preparada o espontánea, de posibles inconformes, provocadores o incluso gente pagada para montar un show antigubernamental” y tú lo pones en momentos como el concierto de los Rolling Stones, la visita de Obama o el desfile de Chanel… ¿Cómo viviste tú las protestas de 2020 en Cuba? 

 

También me llama la atención que el personaje Reynaldo Quevedo es un represor de artistas, y es justamente un artista, Luis Manuel Otero Alcántara, quien con el Movimiento San Isidro han levantado la voz y protestado en Cuba.

—Estas manifestaciones que ocurrieron el 11 de julio de 2020, ya venían precedidas por otros brotes de inconformidad. El primero de ellos había ocurrido un año antes, cuando un grupo de artistas (fundamentalmente artistas plásticos, del cine, y del teatro) se reunieron frente al Ministerio de Cultura y pidieron que hubiera mecanismos de diálogo con la institucionalidad cubana. 

 

Esos diálogos finalmente se produjeron poco y mal o no se produjeron, y ahí se enquistó una posibilidad que se debió aprovechar para encauzar los reclamos de una generación de artistas más jóvenes, que de alguna forma eran reclamos que tenían que ver con toda la comunidad artística cubana: sobre espacios de creación, más independencia, más libertad a la hora de expresar sus preocupaciones. 

 

Esto ocurre en un momento en que ya empieza a existir una crisis económica en Cuba que se hace muy evidente desde principios de la Pandemia, que ha ido aumentando, y de la cual no hemos salido. 

 

Lo que ocurrió el 11 de julio, fundamentalmente, no tuvo que ver con gente que pidiera libertad de creación o de expresión, tuvo que ver con gente que pedía comida, electricidad, agua. Y fue un movimiento espontáneo que sorprendió a todos, creo que al primero que sorprendió fue al gobierno cubano y a sus mecanismos de vigilancia. 

 

La represión policial no creo que haya sido desmedida, pero sí creo que después la represión judicial ha sido muy fuerte. Se ha condenado con penas altísimas a la gente por manifestarse y romper unos vidrios o llevarse algo de un comercio. 

 

Entre esos presos está Luis Manuel Alcántara, por sus posiciones político-artísticas, porque su arte es muy político y ha sido un centro de interés de estas problemáticas que se han vivido en Cuba, pero yo creo que la problemática mayor, y pienso que el mayor reclamo de la gente, siguen siendo las condiciones de vida que están atravesando la mayor parte de la población cubana desde hace muchos años, muy especialmente en los últimos tres o cuatro, con tantas carencias y con tanta necesidad económica, con una inflación y una falta de suministro que afecta a la vida cotidiana de toda la gente. 

 

 

—En este contexto, y en el contexto de tu novela, ¿quiénes son las personas decentes? 

—Las personas decentes, como principio, son las personas de bien, son las personas que tienen un comportamiento ético correcto, que respetan los principios fundamentales de la convivencia. Como se sabe, las sociedades necesitan hacer un contrato social para poder funcionar y los contratos sociales dependen de códigos que se establecen. Hay códigos antiquísimos, uno de los más antiguos y conocidos son los famosos diez mandamientos que Dios le da a Moisés en el Monte Sinaí. 

 

Una persona decente es alguien que practica esos acuerdos de convivencia y lo hace con una actitud ética muy limpia. 

 

En esta novela hay un personaje decente fundamental, Mario Conde. Él necesitaba ser desde el principio, desde la primera novela, un hombre decente porque yo quería que jugara a los indecentes. Desde la primera novela en que busca a un dirigente cubano que se ha perdido y que resulta ser un corrupto, hasta Personas decentes donde investiga la muerte de Reynaldo Quevedo, un represor que además no era solamente un esbirro represor, sino también un hombre muy indecente, con un manejo turbio en muchos aspectos de su vida, la decencia de Conde tenía que ser inamovible. 

 

El personaje que narra la historia de 1910, el comisario Arturo Saborit, es un hombre que se considera decente y que determinada coyuntura de su vida, de su trabajo, lo lleva a transgredir ciertos límites de lo que se puede considerar correcto, o legal, o permisible. Pero yo creo que es un hombre que en lo fundamental sigue siendo una persona decente a pesar de los hechos que comete. 

 

Y hay otro personaje muy importante porque resultará decisivo en la trama que se cuenta en el 2016, no voy a decir quién es, ni por qué, pues revelaría ahí un elemento muy importante de la novela, entre paréntesis -y para ti y para mí-, se trata del asesino.

 

También hay un grupo de personajes muy importantes en esta novela, las prostitutas. Las prostitutas, que son consideradas históricamente como mujeres indecentes… Y yo trato de tener con respecto a las mujeres que se prostituyen una actitud más comprensiva, que compasiva. Habitualmente la actitud compasiva es la que domina. Yo trato de ver por qué las calificamos de personas indecentes cuando en realidad no son más que el resultado de una condición social y económica que las obliga a vender lo único que tienen para vender, su cuerpo. Como un trabajador vende su fuerza de trabajo, y no es indecente por eso, estas mujeres venden lo único que tienen.

 

Estaba mirando un dato ayer, a principios del siglo XX el 91 por ciento de las mujeres en Cuba no tenían vínculos laborales estables, y eso, en un período de crisis, obligó a muchas de ellas a prostituirse como única forma de poder sobrevivir. Y creo que, esencialmente, no por eso son personas indecentes. 

—Mario Conde, antiguo policía, convertido en librero, habla de que el negocio “se va secando como el árbol al que se niega el sol y el agua”, ¿cómo es el negocio editorial en la isla? Las librerías, las bibliotecas, ¿dónde compras tus libros? ¿Qué lees? Y ¿qué lee la gente en La Habana? 

—Esa es una pregunta que llevaría mucho tiempo responder, voy a ser lo más sintético posible. En Cuba existía un sistema editorial financiado por el Estado que publicaba una gran cantidad de títulos, en cantidad de ejemplares muy notables. 

 

A mí por ejemplo me pidieron hace un tiempo escribir algo por un aniversario, no recuerdo si de [Georges] Simenon o del personaje, de [Jules] Maigret, y busqué el primer libro que leí de Simenon, que fue una edición cubana de una novela que se llama El perro amarillo [El perro canelo], ese libro salió en 1971, y era el primer libro de Simenon que se publicaba en Cuba. Fue una edición de 50 mil ejemplares para empezar con un autor que no se conocía. (Risas)

 

Esas eran las cifras que se movían aquí en Cuba, después de los años 90 llega la crisis, y la primera crisis que hay es la de papel. Se paraliza la industria editorial, y después ha tenido leves recuperaciones, pero ya nunca en la misma proporción. 

 

Cuando se estaba viviendo esa crisis, y la gente necesitaba dinero, una de las fuentes de ingresos que encontraron algunas personas fue vender sus bibliotecas. Y surge este negocio de la compra y venta de libros viejos de manera mucho más dinámica, porque siempre se tienen las librerías de viejo, pero esto se convirtió en un negocio. Sobre todo la gente vendía su biblioteca para que los extranjeros las compraran ahí en la Plaza de Armas, en el Centro Histórico de la ciudad se montó una gran librería ambulante. 

 

De ese negocio vive Conde en varias de las novelas, pero es una mina de la que tú vas sacando, sacando, y si no repones, por supuesto empieza a agotarse, y eso afecta a la vida de Conde. 

 

Hoy en Cuba hay un grave problema con la impresión y circulación del libro, porque con los problemas económicos es prácticamente imposible sostenerlo. Además no se ha creado un mercado del libro. El libro sigue siendo subvencionado por el Estado y no se recuperan las inversiones, eso hace que se dificulte el hecho de poder seguir publicando libros. 

 

En las librerías encuentras poco que comprar, y a veces lo que hay no le satisface a la gente, y como en Cuba no se importan libros, pues la mayoría de la gente que sigue leyendo lee en soportes electrónicos. Pocos tienen Kindle, pero la gente lee en la pantalla del ordenador o en la tablet. 

 

Por ejemplo, esta novela, Personas decentes, salió en España el 31 de agosto pasado. Bueno, pues el primero de septiembre ya había una copia PDF pirata circulando en los sitios cubanos y mucha gente la ha leído. Tanta gente la leyó que me han pedido hacer un debate sobre la novela en un espacio cultural, un debate sobre una novela ¡que no ha venido a Cuba en forma física! Nada más habrá algunos libros que he traído yo o alguien que haya pedido a España o a México, o a Argentina. 

 

Esta carencia de libros ha provocado por supuesto que los índices de lectura hayan disminuido, pero no sólo es la carencia de libros, hay toda una serie de distracciones o atractivos en el mundo contemporáneo que están afectando los índices de lectura. De todas maneras pienso que el lector cubano es un lector que se ha visto muy afectado por la dificultad para acceder a la literatura que quiere leer. A esto súmale que las editoriales cubanas nada más publican a autores cubanos, y hay una enorme cantidad de autores, títulos, obras, que son completamente desconocidas para la gente en Cuba. 

 

Y gente como yo, que tengo la posibilidad de viajar y que tengo un Kindle, puedo bajar las novelas que me interesan, y tengo una mayor información de lo que está ocurriendo, pero la mayoría de la gente lamentablemente ha perdido el curso de lo que se publica en el mundo y no conocen. 

 

Me pasa con mucha frecuencia, por ejemplo, escribí un artículo sobre Paul Auster, y mucha gente leída, gente culta, me preguntó quién era Paul Auster. Porque nunca ha sido publicado en Cuba, nunca se ha distribuido en Cuba, y la gente no tiene por qué saber algo de lo que difícilmente le llega información. 

 

Estamos hablando de unos mecanismos que en Cuba se agravan, pero que son macabros a nivel global. Yo no sabía quién era Bad Bunny, y un día veo una noticia de algo de Bad Bunny, entro en un sitio web para enterarme de quién es. A partir de ahí en el resumen de noticias que me hace Google diariamente empezaron a aparecerme noticias de Bad Bunny. 

 

Posiblemente yo haya mirado en algún momento, por algún trabajo, algo sobre precisamente Paul Auster, o Jonathan Franzen, o Michel Houellebecq, y Google no me manda 500 noticias sobre sobre Auster, Franzen o Houellebecq, porque no generan 500 noticias, y Bad Bunny sí las genera. Estamos viviendo en un mundo en el que un reggaetonero es infinitamente más influyente, y a la larga más importante, que unos escritores que en unos años vamos a ver que reciben el Premio Nobel. 

 

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *