

Paladar Barroco: La Guadalajara de Fernando del Paso
Los rincones gastronómicos (y las aventuras literarias) del autor de Palinuro de México y Noticias del Imperio en Guadalajara
Por Ángel Melgoza
“El arte barroco mestizo, resultado del casamiento de dos cosmogonías, de dos concepciones del mundo, ambas laberínticas —pero de diferente complejidad—, ambas crueles —pero de perfidia distinta— y ambas, en fin, generosas también y de una inconmensurable riqueza […] cuyo alambicamiento puede hoy admirar y disfrutar el turista asombrado en ejemplos tan distantes como la arquitectura y la cocina si visita el templo de Tepotzotlán en el Estado de México y se agasaja, después, en el mercado de enfrente, con un mole poblano”
FERNANDO DEL PASO
El seminoma es una forma de cáncer testicular que crece lenta y generalmente en hombres entre los 40 y 50 años de edad. Sin embargo, a Fernando se le presentó a los 27. Casado. Con tres hijos. Una carrera estable en publicidad. Y una incipiente en literatura. Era 1962 y los médicos le daban pocos meses de vida.
Fernando del Paso fue un hombre curioso, auténtico, aventurero y valiente que no sólo se hizo con los mayores reconocimientos que existen para la literatura escrita en castellano, sino que además dedicó buena parte de su vida a la pintura, el periodismo, la diplomacia y la cocina.
Nació en la Ciudad de México el primero de abril de 1935 y sus padres, Fernando del Paso Carrara —quien se dedicaban a labores contables— e Irene Alicia Morante Benevedo —ama de casa—, comenzaron a criar a su primer hijo en una gran casa de los padres de Irene, quienes además rentaban habitaciones a huéspedes que en muchas ocasiones eran extranjeros.


La convivencia con estos extranjeros tendría una huella en los trabajos literarios de Fernando y en su familia, pues más de uno —un polaco por ejemplo— terminó formando parte de ella. Su interés por la literatura surgió desde muy pequeño. Podemos imaginar al pequeño Fernando de unos cinco o seis años comenzando a leer una versión para niños de Las Mil y Una Noches.
Por esa época el pequeño fue invitado por un hermano de su padre a pasar quince días en su casa, muy cerca del Zoológico de Chapultepec. Lo que más atrajo su atención fue una gran biblioteca virgen —”nadie la leía: compraban los libros por metro”— donde pudo leer El Corsario Negro de Emilio Salgari, Corazón de Edmundo de Amicis, y El Quijote con ilustraciones de Gustave Doré. Leía esas aventuras épicas rodeado por los rugidos de los leones y las voces de otros animales, reales e imaginarios.
Durante su educación primaria en la Escuela Benito Juárez de la Colonia Roma, Del Paso recuerda cómo un compañero suyo de nombre Cohen, judío, lloraba cuando era obligado por una maestra española muy católica a persignarse y a rezar antes de clase. Benito Juárez, España, catolicismo, imposición y autoridad, temas que se verían reflejados en su obra. Desde aquí también hay claves para entender cómo a los once años, en 1946, de manera súbita Fernando se volvió ateo.
Fue durante la secundaria que Del Paso escribiría una primera novela de unas cien cuartillas que más tarde irían a parar al cesto de la basura.
Pero el camino de Fernando apenas comenzaba, como apenas comenzó aquel plan de viajar caminando desde la Ciudad de México hasta Veracruz con su amigo Sergio Moctezuma, que terminó al cabo de los primeros 30 ó 40 kilómetros recorridos cuando tomaron un leprosario por asilo y vivieron un auténtico “viaje a los infiernos”: en el texto biográfico sobre Del Paso, escrito por su amigo y colaborador Ángel Ortuño con motivo del Premio Cervantes, se lee que fueron “esas terribles imágenes las que probablemente dieron origen al ‘paseo por los hospitales’ de Palinuro de México”.
El joven Del Paso había comenzado a trabajar a los dieciséis años en el Banco de México y, más tarde, en el Banco Internacional, donde ganó un concurso de contabilidad y se convirtió en auditor —¿influencias de un padre asistente de contador?
En 1953, a sus 18 años, Fernando ingresó al turno matutino de la preparatoria de San Ildefonso, pero pronto lo abandonó para darle prioridad a su trabajo. A pesar de ello, su amigo Sergio lo convenció de volver en el turno vespertino y lo hizo con excelentes resultados, pues una noche una bella joven de abrigo rojo llamada Socorro Gordillo captó de inmediato su atención y Fernando dijo:
“con ella me voy a casar”.
La mañana del sábado 14 de septiembre de 1957 los dos veinteañeros se comprometían en la parroquia de San Vicente Ferrer, frente al Mercado de San Pedro de los Pinos.
Los primeros tres hijos del matrimonio, Fernando, Alejandro y Adriana, nacieron entre 1958 y 1961.
Del Paso, que había ingresado a estudiar Economía en la UNAM, lo hizo tan bien que después de dos años calculó su economía y dejó la carrera, pues su salario en la agencia de publicidad Walter Thompson era mejor que el de un egresado de dicha licenciatura. Más tarde participó en un seminario de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la máxima casa de estudios.




En 1958 publicó el poemario Sonetos de lo diario en la colección Cuadernos de Unicornio que editaba Juan José Arreola, quien, junto a Juan Rulfo, fue su profesor en el Centro Mexicano de Escritores.
Con Rulfo Fernando solía tomar interminables cafés en la cafetería del Hospital Dalinde.
“Allí se nos iban las horas. ¡Qué las horas! Ahí nos pasábamos años y felices días platicando y fumando como chacuacos. Quien nos hubiera visto, a veces tan serios, habría pensado que nomás hablábamos de literatura. Y sí, claro, platicábamos de Knut Hamsun y de Faulkner y de Camus y de Melville, todo revuelto. De Conrad, de Thomas Wolfe, de André Gide. Nunca conocí a nadie que hubiera leído tantas novelas. ¿A qué horas las leías, Juan? Se me hace que a veces hacías trampa. Pero también te decía, ¿te acuerdas?, nos dedicábamos al chisme como dos comadres, ni más ni menos”. (1)
Desde 1959 Fernando había comenzado a escribir su primera novela. Iba a sus cursos de escritura, trabajaba en publicidad, ganaba bien, su familia crecía, conoció a Gabriel García Márquez, de manera que sólo parecía cuestión de tiempo, como el crecimiento de sus hijos, que esta, su primera obra narrativa, estuviera lista.
Fue en aquel momento que le llegó el cáncer. 27 años, 1962. Este hecho es fundamental porque marca un antes y un después: no significa que Fernando no estuviera ya en el camino de convertirse en escritor, pero lo que sucedería a continuación puede leerse en una clave distinta a su vida previa al seminoma.


Mientras se recuperaba del tratamiento, su amigo el poeta Francisco Cervantes Vidal le regaló une ejemplar deThe Unquiet Grave, una especie de diario escrito después de la Segunda Guerra Mundial con pasajes reflexivos sobre la ruptura de una vieja relación, sobre envejecer y sobre el horror de la guerra, además de incluir citas de grandes escritores europeos como Horacio, Baudelaire, Sainte-Beuve, Flaubert y Goethe. El libro lo firma un tal Palinurus, seudónimo del crítico literario inglés Cyril Connolly.
El libro impactó tanto a Fernando que no solo averiguó quién había sido Palinuro (el piloto de la nave de Eneas, el personaje mitológico de La Eneida de Virgilio), sino que transfiguró al mismo en el protagonista de su segunda novela, Palinuro de México. Pero el aspecto a destacar de este momento de convalecencia, y de la lectura del libro de Connolly, es que de ahí obtuvo un dictamen que por muchos años operó como un canon en la vida de Del Paso, y es que: habiendo tantos libros, sólo tiene sentido escribir algo que sea verdaderamente importante.
Del Paso se recuperó del cáncer y terminó su primera novela, José Trigo, publicada en 1966.
El trabajo de siete años en dicha novela es notable por su juego con el lenguaje y la crítica lo reconoce con el premio Xavier Villaurrutia —aunque el propio autor diría años más tarde que el libro no fue muy bien recibido en México y que lo acusaron de ser demasiado joyceano.
Si bien el movimiento ferrocarrilero impregnaba su primera novela, viviendo en la Ciudad de México el autor sigue los acontecimientos de 1968 que tienen su trágico punto culminante con la matanza en Tlatelolco. Es entonces que el movimiento estudiantil mexicano se ve reflejado en su trabajo de aquella época, su segunda “novela total” que le tomaría once años de trabajo.
En 1969 obtiene una beca para escritores con la que puede viajar a Iowa City, en Estados Unidos.
Imaginemos ese momento: Fernando tenía un trabajo estable y bien pagado en publicidad, una primera novela aclamada por la crítica, una familia con tres hijos, y una aspiración por continuar su carrera literaria. Ir a Estados Unidos significaba dejar la seguridad, apostar por la literatura. Sus ingresos se reducirían a un tercio de lo que percibía en la agencia, y aún así, él y su esposa se la jugaron.


Socorro y Fernando dejaron México para comenzar una estancia en el extranjero que duraría 23 años: Fernando se fue de 34 y regresó de 57.
En Estados Unidos residieron por dos años. Para 1971 obtuvo la Beca Guggenheim con la que se instaló en Londres. Ahí consiguió empleo como productor, escritor, traductor y locutor en la British Broadcasting Corporation, la célebre BBC.
En 1977 publicó su segunda novela, Palinuro de México, que en 1982 obtuvo el prestigiado premio Rómulo Gallegos, en Venezuela.
En Inglaterra residió la familia Del Paso por catorce años y allá nació la cuarta hija del matrimonio, Paulina, el 9 de marzo de 1973. Estando allá conoció a escritores como Sergio Pitol, Carlos Monsiváis y Guillermo Cabrera Infante, además de entablar una fuerte relación con el poeta Hugo Gutiérrez Vega y Lucinda Ruiz, su esposa.
En 1985 la familia se muda a París y, recién llegados, Fernando olvida en el aeropuerto una maleta donde cargaba el único manuscrito de Noticias del Imperio, su tercera novela en la que había trabajado por nueve años (spoiler alert: la recupera y dos años más tarde es publicada, convirtiendo a Fernando del Paso en uno de los grandes escritores de lengua española del siglo XX).
En Francia el escritor trabajó para la radio pública (Radio Francia Internacional) y después de trabar amistad con Rafael Tovar y de Teresa, entonces ministro de la embajada mexicana, es propuesto y elegido como Agregado Cultural en 1987. Dos años después es nombrado cónsul general de México en París. Con la carga de trabajo implicada reduce el tiempo que dedica a escribir y pintar (en Londres comienza a dedicarle tiempo al dibujo y a la pintura).
Sin embargo, como el propio Fernando ha dicho, volvería a recobrar relevancia la que fue su mayor lucha en la vida: su salud. En 1990 sufre un infarto que tuvo que haberlo matado, pues “se salva uno en cada mil”, según le confesó su médico.
Desde el cáncer en su juventud hasta este infarto, sin contar los males que después lo aquejarían, tuvo Del Paso tan mal estado de salud y tanta curiosidad en la ciencia médica que podía hacerse pasar por ex alumno de la Facultad de Medicina.
El malestar de salud, mezclado con el nacimiento de sus nietos en Guadalajara, lo hicieron pensar en regresar a México.
Por aquellos años conoció al entonces rector de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla López, y comenzó unas pláticas con él que derivaron en el ofrecimiento de dirigir una biblioteca que llevaría por nombre Octavio Paz, que iba consistir en una fundación que albergaría una colección sobre arte y cultura iberoamericana y que estaba por inaugurarse en el antigüo templo de Santo Tomás, en centro de Guadalajara, con motivo de la Primera Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que se llevó a cabo en Guadalajara en 1991.
Así es como Fernando del Paso regresa a México en 1992 y se convierte en el primer director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, estableciéndose junto a Socorro y su hija Paulina por primera vez en Guadalajara.




Noticias Tapatías (1992 a 2018)
“Le soy fiel a mi memoria, aunque mi memoria me sea infiel”
GUILLERMO CABRERA INFANTE
“Da un poco de temor —tal vez, pudor— adjetivar una escritura que nada gana con esos elogios que difícilmente podrían siquiera insinuarla, ya no digo abarcarla o reducirla a una fórmula sencilla. Máxime en el caso de quien, como del Paso, destaca entre los más grandes escritores de lengua española en el siglo XX”
ÁNGEL ORTUÑO
La señora Guadalupe Castillo Meré de Quijano fue nieta de un oficial francés que llegó a México con Maximiliano de Habsburgo. Estoy casi seguro de que así fue, y si no lo fuera, debería haberlo sido para dar verosimilitud a la historia familiar de los Del Paso. Pues esa señora Guadalupe, y a su vez ese abuelo francés —que además tenía grandes dotes de cocinero—, indujo a la joven Socorro Gordillo al arte de la cocina.
Socorro habría de formar familia con Fernando, y siendo éste un curioso, estudioso y reconocido comensal, una parte muy importante de la vida de ambos giró en torno a la comida y su respectiva preparación en la cocina.
Viviendo en París, y compartiendo mesa (por no decir residencia) con jóvenes mexicanos en la Casa de México, una residencia en la Ciudad Universitaria, ubicada en el catorceavo distrito de París, a Fernando se le ocurrió que Socorro y él deberían de escribir un libro, un recetario mexicano que se pudiera preparar enteramente con productos asequibles en la capital francesa.
Ese libro, llamado originalmente Gentileza y pasión de la cocina mexicana, se publicó en Francia en 1991. Veinticinco años más tarde, en 2016, el Fondo de Cultura Económica lo publicó al español, agregándole unas25 recetas:
“sobra decir que este libro no es sobre toda la cocina mexicana, que es, como todos lo sabemos, inabarcable”, escribió Del Paso.
En el amplio prefacio que antecede a las recetas, Fernando reúne una serie de deliciosos ensayos que abordan, desde 1492, con la llegada misma de Colón a América, hasta el paso de Socorro y Fernando por Ciudad de México, Iowa, Londres y París.


En esas líneas descubrimos detalles que enriquecen la imagen de la Familia del Paso, pues Fernando nos cuenta que su esposa Socorro es una devoradora de libros, pero no precisamente de novelas policiacas o de aventuras, sino de recetarios; nos enteramos de cómo la pareja se inició en la cocina italiana, francesa y alemana en Ciudad de México, cuando Fernando trabajaba en publicidad con un presupuesto que les permitía visitar restaurantes como el Orfeo Catalá, el Centro Gallego, el Centro Vasco, el Kineret, el Trevi y el Napolitano; conocemos los platillos colombianos, israelíes, ugandeses, brasileños y venezolanos, que escritores y sus parejas prepararon en Iowa; y sobre todo sabemos que fue en Londres donde Socorro desarrolló al máximo su talento culinario “entre otras cosas porque la cocina inglesa no existe o, si existió algún día, los ingleses se olvidaron de ella”. (2)
Ya entendido ese enorme gusto por la comida y la cocina nos trasladamos a la llegada de Fernando, Socorro y su hija Paulina, a Guadalajara. Donde ya vivían sus hijos Fernando, Alejandro y Adriana, y sus nietos Óscar, Tonatiuh, Alejandro, Estefanía e Ixchel.
“Recuerdo mucho que cuando llegamos fue Adriana la que llevó mariachi al aeropuerto, pero creo que no le alcanzó y eran tres músicos, medio desentonados”, dice Paulina del Paso, entre risas.
De ese “triachi”, del folklore mexicano, del contenedor con la mudanza que un señor en bicicleta les ayudó a abrir, y de una casa repleta de libros en la calle Andrómeda de la colonia La Calma, se acuerda Paulina, quien llegaba por primera vez a vivir a México:
“Mi papá, que había trabajado tanto tiempo en el garage (en Londres), escribiendo o pintando en algún rincón de la casa, se puede decir que hasta ese entonces en la casa de Guadalajara fue donde realmente tuvo su verdadero estudio”.
De acuerdo a Alejandro, otro de sus hijos, quien también es un buen cocinero y acompaña a Paulina en la entrevista, su papá “se entregó en cuerpo y alma, como se dice, a la Universidad de Guadalajara y a la Biblioteca”.
Cuando los hermanos piensan en los lugares favoritos de su papá en Guadalajara viene casi de inmediato una lista de restaurantes: “Pierrot, Suehiro, Da Massimo, Recco, todos los tradicionales franceses, japoneses, españoles que había […] La situación económica de la familia ya no era la de apretar el cinturón, como en Londres, así que gozamos muchos años de salir a comer en familia casi todos los domingos (en Guadalajara)”.
Imaginemos esa casa, atiborrada de libros, con un pequeño jardín y una terraza, en una colonia de árboles frondosos, parques y calles anchas. Un señor de barbas blancas se levanta muy temprano, son cerca de las cinco de la mañana. Un poco más tarde, aprovechará la salida del sol para salir al jardín y recibir su calor. Desde muy temprano escribe; las tardes las dedica a la pintura. Es Fernando del Paso en Guadalajara.


Con sus tres grandes novelas, José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio, se siente satisfecho. Quiere explorar, divertirse, y, por lo pronto, no piensa en grandes proyectos que le puedan tomar los cerca de diez años que ha trabajado en las novelas anteriores.
Entonces se impone el reto de escribir una novela policiaca o, mejor dicho, criminal.
Para terminar esa historia viaja con su esposa y su hija Paulina a San Francisco, ciudad donde se desarrollan los acontecimientos de esa ficción que acabará llamándose Linda 67: historia de un crimen, publicada en 1996.
Justo llegado a Guadalajara Fernando también publicó la obra de teatro Palinuro en la escalera; y después, durante los mismos años 90, publicaría literatura infantil (Paleta de diez colores), otra obra de teatro (La muerte se va a Granada), poesía (Sonetos del amor y de lo diario), cuento (Cuentos dispersos), y un libro de memorias (Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola), además de continuar con su obra plástica.
Entre estas obras destaca el libro sobre la vida de Juan José Arreola, pues los dos coincidieron en esa época en Guadalajara y se solían reunir en el departamento de Juan José para las largas sesiones de entrevistas.
En septiembre de 2001, tras el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, Fernando “empezó a querer hablar sobre la cuestión de las religiones” y con su inagotable estilo de escrutinador, comenzó una investigación en la que se embarcó hasta su muerte.
Al viejo estilo, Del Paso duró cerca de diez años investigando antes de publicar el primer volumen de Bajo la sombra de la historia: ensayos sobre el Islam y el Judaísmo; pero la edad y la endeble salud de Del Paso le impidió culminar el segundo volumen, ya no se diga el tercero (que tenía planeado) de esta obra.
“Yo siempre me pongo a pensar, realmente cuántos escritores, no en México ni en América Latina, sino en el mundo, sacrifican su tiempo, no teniendo de sobra una tranquilidad económica, para aventarse esas locuras de investigación. El ejemplo que me queda más palpable es el proceso de Bajo la sombra de la historia, que para cuando le dieron las dos isquemias, según nosotros ya llevaba cerca de 725 libros leídos, en su proceso de investigación. Entonces ya había sacado el volumen uno, y quizás tenía un 75 u 80 por ciento del segundo volumen y muchas ideas para el tercer volumen… El libro si no mal recuerdo tiene cerca de 200 hojas con referencias, ¡es una locura!”, dice Alejandro.
Los años felices de Guadalajara se cerraban con las cenas anuales de la familia Del Paso en Año Nuevo, donde Socorro se lucía de nuevo con la mejor versión de los clásicos platillos que la destacaron como cocinera: faisán, pato y —como comentan Paulina y Alejandro— “bueno, a mí me encanta su tamal de cazuela; tiene unos plátanos envueltos en carne, inclusive hasta su receta de chili con carne que se hace con mole; ¡uy la pancita! del primero de enero, la cochinita pibil, cuando preparaba pozole blanco con la opción de hacerlo verde con la salsa; otra de las recetas favoritas de la familia, y que aparece en el recetario, son las tortas de huazontle con queso”.


En la ciudad también visitaban los Tacos Providencia, buscaban barbacoa por avenida Hidalgo y saboreaban los tacos de hueva de pescado en la colonia Chapalita o cerca de Chapala, en Ajijic; lo de la familia eran las excursiones gastronómicas.
Cotidianamente, centrado en su trabajo y en su vida familiar, Fernando tenía pocas rutinas con amigos de la ciudad. Sus hijos recuerdan que se reunía con algunos en el restaurante Pierrot, que acudía a la cafetería El Sorbo de Café en Plaza del Sol, y que compraba materiales de pintura en Galerías Anguiano.
Sin duda lo más significativo era las comidas de los domingos:
“Leíamos El Informador, Siglo 21 y, en su momento, Mural, todos los viernes, para checar reseñas gastronómicas, incluso cuando estaba Rafael del Barco (seudónimo bajo el que escribía el crítico Juan Pablo Rosell, tanto en Siglo 21 como en Público)”, dice Alejandro.
Para finalizar cada comida, Del Paso pedía un destilado o un digestivo, desde tequila hasta la grappa italiana, pasando por el drambuie (que descubrieron junto a su amigo Álvaro Mutis) y el balanceado carajillo con Licor 43.
La cosa se puso complicada para Fernando en 2013, cuando sufrió un segundo infarto al cerebro de carácter isquémico, que lo hizo perder el habla y la movilidad, dejó de ir a la Biblioteca Iberoamericana y a Plaza del Sol, y perdió su voz de locutor radiofónico.
“Él no escribía para reconocimientos. Realmente sólo al final de su vida, después de la isquemia, aceptó los homenajes que antes rechazó porque decía que le quitaban tiempo de escribir. Pocas cosas lo satisfacían tanto como que los jóvenes se le acercaran… quería que su literatura fuera significativa a las nuevas generaciones. Era un escritor con un enorme deseo y satisfacción de poder seducir con sus libros”, coinciden Alejandro y Paulina.
Durante dos años la labor de sus médicos y su propia disciplina lo fueron sacando del mutismo.
En un emotivo discurso emitido el 10 de septiembre de 2015 con motivo de la recepción del premio “Corazón de León”, en el Paraninfo de la UdeG, Del Paso contó que tras un largo e intensivo tratamiento lingüístico con su terapeuta Celia Rodríguez se obligó a leer toda Noticas del Imperio en sesiones de dos horas semanales:
“me tardé dos años, mismos que se cumplieron hace dos semanas. Resultó paradójico y muy hermoso que yo le diera mi voz a este libro y que éste, veintiocho años después, me la devolviera”.
Pocos imaginaron entonces lo que ocurriría a continuación.
La mañana del 12 de noviembre de ese mismo 2015 el escritor Antonio Ortuño tuiteó:
“el Premio Cervantes se ganó un Fernando del Paso que mucha falta le estaba haciendo” y ese mismo día el hermano de Antonio, Ángel Ortuño, en la ceremonia del premio Granito de Arena que otorga la UdeG dijo:
“hoy que a Fernando del Paso le entregan quizás por nombre el más diminuto de los premios, un granito de arena, le entregan el máximo reconocimiento a la lengua hispana, el Cervantes.”


La noticia la había recibido Paulina: su padre sería galardonado con el Premio Miguel de Cervantes 2015.
En su discurso de recepción del 23 de abril de 2016, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, en España, Del Paso arrancó risas y ceños pues sus palabras pasaron desde la denuncia pública hasta el divertido recuerdo de su infancia y sus capacidades “ambisiniestras” (para mayor referencia, véase o léase el discurso); sobre su inestable estado de salud dijo:
“tan mal he estado en los últimos tiempos que cuando alguien me vio me dijo: pero hombre, ¿así va usted a ir a España?, y yo le contesté: yo a España voy así sea en camilla de propulsión a chorro o en avión de ruedas”.
Pienso en ese Fernando de más de ochenta años que, de entre todas esas cocinas, restaurantes y mundos tenía una especial predilección por los sopes pobres, masa de maíz sin carne, con salsa verde, queso y crema. Lo imagino, aún clavado con su trabajo, escribiendo, ¿pintando?
“Era tal la locura de mi papá que después del infarto que le dio en febrero de 1990, cuando se le tronó el corazón y cuando con los empaques de hielo le dio hasta neumonía y estuvo dos semanas en terapia intensiva… que aún así, pedía hojas en blanco y un lápiz porque estaba haciendo correcciones a la traducción al francés de Noticias del Imperio”, recuerda Alejandro.
“Aunque mis papás nacieron en la Ciudad de México, realmente se volvieron tapatíos. El cariño que la gente le tuvo a mi papá y que le tiene a mi mamá es enorme. Al final mis papás se sintieron como de allá”, refiere Paulina.
El 14 de noviembre de 2018, a sus 83 años, Fernando Del Paso Morante falleció en la calma de su casa. Socorro ya no cocina, pero sigue viviendo sobre la Andrómeda, desde donde puede ver a simple vista esa galaxia que conforma la vida y obra del hombre que la acompañó en la tierra.
“Nos gusta pensar —concuerdan Paulina y Alejandro— que el fantasma de mi papá se anda paseando por la biblioteca en las noches, leyendo libros y haciendo travesuras, cambiándolos de lugar”.
Lugares a visitar:
- La Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, cuya dirección trajo al escritor de vuelta a México y a establecerse por primera vez en Guadalajara
- Los restaurantes que la familia Del Paso visitaba, entre ellos Suehiro, Da Massimo, Recco y los Tacos Providencia; además por supuesto de Pierrot, donde también se reunía con amigos.
- Las visitas a la cafetería El Sorbo de Café y a la misma Plaza del Sol, además de las compras de materiales de arte en Galerias Anguiano.
Fotos cortesía de la familia Del Paso y obtenidas del libro homenaje por el Premio Miguel de Cervantes / De prensa de la Universidad de Guadalajara / Créditos especiales a Jorge Alberto Mendoza, Abraham Aréchiga, y a José Hernández-Claire.
(1) Extracto tomado del programa radiofónico Carta a Juan Rulfo que Fernando del Paso grabó tras recibir la noticia de la muerte de Juan en enero de 1986.
(2) Prefacio de La cocina mexicana de Fernando y Socorro del Paso, p.66
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