Prender una vela, curar una herida, salvar el fuego
Guillermo Arriaga visitó el tutelar de menores de Guadalajara para convivir con nueve adolescentes.
Por Angel Melgoza / Foto de R. Cortés
Es un mediodía soleado en un salón con ventanas en sus cuatro costados y un mural de estética nacionalista con hombres rompiendo sus cadenas.
Afuera, sobre un extenso pasto verde, corre un conejo y un par de hombres uniformados hablan a la distancia. Adentro, sobre grandes bancas metálicas como de día de campo (con mesa al centro y barras laterales para sentarse), hay nueve adolescentes con playeras blancas. Seis hombres y tres mujeres. Es miércoles 29 de junio en el Centro de Observación, Clasificación y Diagnóstico del Estado de Jalisco, un espacio donde menores de edad acusados de delitos graves esperan o cumplen su sentencia.
Unas horas antes, mientras desayunaba papaya con cinco o seis sobres de endulzante sin calorías, y huevos revueltos con mucha sal, Guillermo Arriaga contó que nunca había ingresado a una cárcel en México. Conoció tres en Estados Unidos, una de ellas completamente vacía, para una filmación. En Salvar el fuego, la más reciente novela del escritor, José Cuauhtémoc Huiztlic es uno de sus personajes principales: un hombre rubio de ojos claros y complexión tosca, fuerte, que cumple una sentencia de cincuenta años en prisión por multihomicidio.
La visita de Arriaga forma parte del programa de actividades Guadalajara Capital Mundial del Libro, que tiene entre sus objetivos promover la lectura y la cultura de paz a través de la literatura.
Para entrar al centro de detención, comúnmente conocido como el tutelar de menores, debemos vestir de negro. No se permite el acceso de aparatos electrónicos, nada de celulares, cámaras o grabadoras; tampoco puedes entrar con cinturón, aretes, piercings u objetos de valor. Solo llevamos libreta, pluma y libros.
Justo después de pasar el filtro nos encontramos con Luis Octavio Cotero Ortíz, director del tutelar, quien además de dar la bienvenida comenta que los adolescentes internos son conscientes de que sus vidas son efímeras y desechables para los grupos criminales. No hay un seguimiento oficial que le permita asegurar que quienes salen del centro no vuelven a cometer crímenes, pero dice que durante su gestión sólo sabe de un joven que fue ingresado a un penal ya como mayor de edad. Cotero Ortíz tiene seis meses en el cargo, fue nombrado en enero de este año.
—¿José Cuauhtémoc existe? —pregunta una chica entre las risas y el alboroto de sus compañeros. Ya nos habían comentado que las mujeres estaban muy emocionadas por la historia del guapo personaje homicida de Arriaga.
—No, no existe. Yo lo inventé. Yo inventé todo, nada existe —dice Guillermo y el ruido crece entre los adolescentes que se sorprenden, como que no le creen.
—Pero, ¿todo es inventado?
—Todo —les responde.
Quien haya asistido a sus charlas o convivido con Arriaga sabe que es un hombre directo, malhablado, campechano. Así se comportó con los adolescentes del tutelar. Les contó de su amigo brasileño que de ver tantas veces la muerte en su barrio, la muerte de sus amigos, decidió volverse un promotor de la lectura. Se dedica a abrir bibliotecas en los barrios bravos.
“Si leen se darán cuenta que hay un mundo distinto”.
Les habló del conocido actor estadounidense de origen mexicano Danny Trejo, quien durante su juventud cometía delitos y era adicto a la heroína. Les dijo que escribir es otra forma de imaginar, y que “cuando escribes revisas qué hay dentro de ti”.
Escribir sirve para verse a sí mismo desde distintas perspectivas, “y empiezas a entender quién eres”.
Brazos cruzados, manos entrelazadas o sobre las rodillas, tatuajes, un 666 sobre el pecho, un ave, flores. En los varones un corte de cabello común: muy corto de los costados y la nuca, largo en la parte superior. Las palabras del escritor son escuchadas, pero no hay muchas reacciones. Los jóvenes del tutelar han preparado textos o relatos personales durante las sesiones de taller impartidas por los miembros de la asociación civil Corpo Creativo. El ánimo se enciende cuando Arriaga los invita a leer sus propios trabajos.
El primer valiente lee su texto.
El segundo lo rapea: “y hasta dentro del lodo uno brilla si es diamante”.
Hay aplausos. Gritos. Rostros sorprendidos. Arriaga se levanta y lo abraza.
El chavo canta una segunda rola.
“A éste hay que grabarlo”, dice Guillermo.
Uno más se anima a cantar. “A la mera voy al infierno, pero miedo no tengo”.
Otro abrazo.
Una de ellas pide la palabra, lee dos textos personales. “Mi sueño es ser bailarina”, dice. Arriaga le da un abrazo, asiente. “Aquí hay mucho talento”, dice, y el primer rapero le contesta: “hay talento sólo falta rehabilitarlo”.
Arranca risas y aplausos.
Ocurre un momento tenso cuando uno de los jóvenes le pide a Guillermo que lea su texto. En voz de Arriaga escuchamos que el joven empezó a fumar marihuana de muy chico, con su padre, el mismo que golpeaba a su madre; quería salir de su realidad, y en las drogas se evadía para ello. Le ofrecieron un jale, mucha lana, dijo que sí; después “eran ellos o era yo”.
Se abre la conversación.
“Llevo poco tiempo de mi vida, edá, y siento que la he desperdiciado”, dice. Además de hablar de su herida, muy grande, dice que escribir no la sana, pero es como “echarle anestesia”…
Guillermo Arriaga lo abraza como a los demás. Le susurra algo al oído. Como a los demás.
El propio Arriaga ha contado lo que fue crecer en la Unidad Modelo en Iztapalapa. Las broncas. Los putazos. Perder casi por completo el olfato. Casi, porque puede oler a los marranos a más de 300 metros, dice Guillermo, quien es buen cazador. “Y la caca, puedo olerla. El perfume de mi chava, no. La comida tampoco”. Y vuelve a hablar de la novela, de los personajes, de los desenlaces más allá de las páginas.
—Todas esas historias las inventé yo, ¿se las creyeron?
—¡Síííí! —responden los nueve al unísono.
—Si ustedes fueran presidentes de México, ¿qué harían?, ¿qué cambiarían? Yo de entrada legalizaría todas las drogas: la mota, la coca, la piedra, todo.
Crece la exaltación. Los chavos se voltean a ver y comentan. Otros se quedan pensando.
El rapero dice “escuelas gratis”, y los demás se sueltan: “lugares para bailar”, “comedores gratuitos”, “canchas de básquet, de fútbol”, “un lugar así para explorar todo lo que hay, para buscar opciones”.
Arriaga repite como si anotara mentalmente: escuelas, comedores, instalaciones deportivas, centros sociales y culturales.
“¡Espacios para grafitear!”, dicen unos y se enfrascan en una conversación para conseguir permisos en el tutelar.
Martín Solares ofrece un taller para elaborar libros cartoneros con los trabajos escritos por los jóvenes, así como la oportunidad de escribir reseñas tanto de la novela de Arriaga como de los más de diez títulos que llevó a la sesión para regalarles.
“Las cinco mejores reseñas las publicaremos en Camaleón, nuestra revista web, y se pagarán”.
Termina la sesión y cuatro de los jóvenes se acercan a Arriaga. Le platican sus experiencias en el crimen organizado, los lugares de donde vienen, cómo se enrolaron: “cuando dije que sí yo estaba bien crika”, “yo traía Chapala, Ajijic y Jocotepec”, “sabemos que somos carne de cañón”, “mucha adrenalina”, “cinco mil a la semana”, “me agarraron con siete”, “un machete”, “AR 15”, “tambos”.
Comen bocadillos y galletas dispuestas para la ocasión. Abrazan a Arriaga, platican con él, le piden autógrafos en sus libretas, en las playeras; se despiden, agradecen.
***
Ya afuera, le pregunto a Guillermo qué les decía al oído cuando los abrazaba.
“Ya salte de esto, no vale la pena”, me contestó. Eso fue lo que les decía.
Una reflexión del autor se quedó resonando en mi cabeza:
“Es impresionante cómo homicidas te pueden dar ternura. Son chiquitos, delgaditos, y se abrazan muy fuerte. Uno dijo que él mataba porque tenía una herida muy profunda, muy grande, y yo le susurré al oído, ‘tú no vas a curar tu herida, la tenemos que curar entre todos’”.
Nuestro país tiene millones de heridas abiertas, y nuestro gran reto es sanarlas. ¿Podemos echar mano de la literatura?
Arriaga recuerda el proverbio chino “no maldigas la oscuridad, mejor enciende una vela”.
El guionista de Amores perros escribió hace un tiempo:
“Vivimos, sin duda, un momento oscuro, caótico, inédito. […] Pero, como bien sostiene el proverbio, aún podemos encender una vela. Una de ellas es la cultura. La cultura como sentido de identidad, de encuentro con nosotros mismos”.
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Jose González G.
Muy buena reseña, se siente la gran conexión que se logró con esos chavos, que sin duda parecen personajes del imaginario de Arriaga. Bien por el maestro por esa visita, y gracias a los organizadores de toda esta cruzada cultural.