

“Siempre me ha gustado ir al fondo de las cosas”: Felipe Ponce
Hablamos con uno de los fundadores de la editorial tapatía Arlequín, de su oficio, su infancia y el enorme trabajo que aún hace falta para promover el libro y la lectura
Por Ángel Melgoza / Fotos por R. Cortés
Felipe Ponce es uno de los personajes de la fauna literaria en la capital de Jalisco. Hace 29 años fue parte de la fundación de una cooperativa editorial, que al paso de los años derivó en Ediciones Arlequín, una de las editoriales más importantes del estado.
Ha sido becario del IV Curso de Formación de Editores Iberoamericanos de la Universidad Complutense, y es profesor en el Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara. La editorial que dirige junto a Elizabeth Alvarado, Arlequín, es miembro de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes y del Gremio de Editores de Guadalajara.
Durante cuatro años Felipe Ponce escribió la columna Letra bastarda, donde diseccionaba la industria editorial, los personajes de la escena, las políticas alrededor del libro, las ferias y los eventos literarios, pero también era el lugar donde se permitía mirar hacia su pasado, su infancia, sus primeras incursiones y una serie de historias personales que lo llevan a reflexionar sobre el estado de las cosas, de los libros, y de las vidas que trastocan.
En la pasada Feria Internacional del Libro se presentó Letra bastarda. Edición independiente y mundo del libro en Guadalajara, 2015-2019 (Arlequín, 2022) un libro que reúne una selección (atentamente clasificada por Elizabeth) de 188 columnas periodísticas publicadas en el Diario NTR. La columna se pausó después de una recaída económica del periódico y Felipe espera un próximo espacio para reanudar el ejercicio de su escritura.
Quienquiera que se denomine lector, y tenga un interés por las personas que participan de la industria del libro, verá su inclinación recompensada en más de uno de los textos de Felipe Ponce, el editor.
—¿Descansaste de la columna semanal después de que se pausó su publicación?
—Un poco, pero evidentemente han pasado tantas cosas de entonces para acá, y no he hecho el ejercicio de publicar porque una columna semanal te obliga a estar ahí, pero en un momento retomaré esto porque ha sido un ejercicio que me ha gustado mucho.
Como ves hay unas columnas que están hablando de la actualidad y otras en las que volteó al pasado, a mi propia formación, incluso a mi niñez. Donde siempre estuve relacionado con los libros, aunque no había muchos libros en casa.
—¿A qué se dedicaban tus papás?
—Eran obreros. Mi mamá fue trabajadora de Calzado Canadá, mi papá también, aunque yo quedé huérfano muy pequeñín. Mi padrastro era trabajador, tenía un taller. No tenían estudios universitarios, pero mi mamá tenía el gusto de la literatura, como lectora y escritora porque le gustaba escribir poemas, no sé por qué le dio eso… Era lectora y apreciaba mucho las manifestaciones artísticas, era sensible.
—¿Qué libros recuerdas que había por ahí?
—Había uno curioso, era la historia del santo de mi nombre, San Felipe de Jesús, el santo mexicano. No era una mala obra, si no mal recuerdo era de algún historiador como Artemio de Valle Arizpe, o Manuel Romero de Terreros, de alguna persona notable de la cultura mexicana de los años 40, por ahí.
Había otro de las apariciones del Santo Santiago, que es uno de los patrones de Guadalajara. Para mí eran lecturas atractivas.
***


Felipe me cuenta la historia de San Felipe, el joven de parrandas, excesos y aventuras que se embarcó para viajar a hacer comercio a Filipinas y acabó entrando a la orden franciscana. El mismo que por una tormenta acabó llegando a Japón donde el emperador había decretado la muerte para los cristianos, y aunque Felipe y sus compañeros no serían ejecutados pues ellos podían ser tratados como náufragos y no como misioneros, Felipe se unió por voluntad propia a los condenados para dar testimonio de su fe. El cinco de febrero de 1597 fueron torturados, crucificados y atravesados por lanzas 26 personas, entre ellos tres niños, en Nagasaki.
—¿Habrá paralelismos con tu vida Felipe? ¿Hay una santidad en el ejercicio de iniciar una editorial y dedicarle al menos los 28 años de historia que tiene Arlequín? ¿Estás evangelizando? (Risas)
—Pudiera haber paralelismos en ese tesón que demostró este santo, o en esas volteretas de la vida, en proseguir un camino con cierta seguridad.
Yo recuerdo muy claramente cuando empecé la editorial que queríamos hacer libros, porque en mi época había muchas plaquettes, que ahora ya el término casi ni se escucha. Lo más común era que un poeta recién lanzado con su primera publicación publicara una plaquette, un cuadernillo engrapado de carácter unitario, como un libro, pero que no alcanza el estatus de libro porque tiene un número reducido de páginas y por el tipo de encuadernación.
Algunos editores en esa época comenzaban publicando plaquettes, y yo no quería plaquettes, yo quería el libro desde un principio, con lomo, era para mí muy importante.
—Hablando de cosas importantes, escribes que la palabra bastardo te ha fascinado: “por todos aquellos significados positivos que se infieren de quien ha remontado, con todo el ánimo, tal condición tan injusta; y la letra bastarda o bastardilla fue el nombre español y antiguo para referirse a la tipografía cursiva.” ¿Por qué la fascinación por la palabra y la letra bastarda?
—Hay una historia familiar un poco extraña, ya te platiqué que fui huérfano de padre, a los dos años murió mi papá, entonces tuve un padrastro, pero nunca hubo engaño, no se me dijo ‘ah este es tu papá’. Pero en mi torpeza de niño, pensé o me llegaban algunas ideas como si yo fuera un hijo adoptado, una cosa rara. No es que pensara en temas de bastardía, pero sí sentía ese desacomodo. Como que no era parte de una familia ‘normal’ o habitual.
Y después entendiendo más el término, muchos años después, pensaba en el asunto como de ser un poquito renegado también. Alguien me platicó de un tío mío que sí era literalmente un hijo bastardo.
—Que es un hijo ilegítimo, fuera del matrimonio. ¡Algo que ahora es muy común!
—Fuera del matrimonio, exactamente. ¡Claro! Pero en aquellas sociedades ordenadas, coloniales, estratificadas, jerarquizadas, y en esos reductos que quedan de esas sociedades, en los pueblos, apareció una persona que me dijo ‘oye, vive un hermano de tu papá, pero es un bastardo, búscalo’.
Y a mí me maravilló la posibilidad, porque yo no conocía a mi abuelo ni a toda la rama paterna. Como mi padre murió joven yo no tuve un vínculo con mi familia paterna. Además mi padre fue el último que murió de esa rama, le pasó lo mismo que a mí, su papá murió cuando él tenía como cuatro años. Y su mamá también porque ellos quedaron huérfanos muy jóvenes. Y las hermanas de mi papá, mis tías, una murió antes que yo naciera y una al año de haber nacido yo.
Ese lazo se quebró, y me fascinó la idea de conocer a un hermano de mi padre, un medio hermano, al que conocí hace algunos años.
—¿Ya tenías la columna?
—Ya la tenía, así que es curioso. Buscando en los archivos, en las actas de nacimiento, me di cuenta que una abuela nació en 1805 un cinco de febrero, el día de San Felipe de Jesús, y por eso se llamó Felipa. Tuvo una hija, a la que le puso Isabel, e Isabel tuvo una hija en 1905, cien años después, y le puso Felipa en honor a su abuela. Mi padre es hijo de la Felipa de 1905, y por eso me puso Felipe, en honor a su madre.
—¡Así que tu nombre se remonta por lo menos a 1805!
—Sí, y me da gusto tener esas certezas. Siempre me ha gustado ir al fondo de las cosas, a lo que yo pueda acceder. Y esa obsesión se deja ver en Letra bastarda, me incomoda mucho tomar las cosas como te las venden o como aparentan ser.
—Que nada es como se aparenta, todos o casi todos queremos dar otra imagen…
—Sí, y aquí en Guadalajara eso es… Bueno, puedo particularizar Guadalajara, pero a lo mejor es una actitud humana, el querer aparentar que se hace, pero no se hace. Y en el mundo del libro hay tantas cosas, que cuando yo llegué ya estaban así, estaban dadas de esa forma, ¡pero no han cambiado!
Tantos años y no se han repensado nada, eso me molesta sobremanera. Es increíble.


—Voy a hacer un ejercicio con una de tus columnas. Le llamo el ejercicio del inserte:
“Cuando leí que ___________ (inserte nombre de político) regaló 700 ejemplares en el centro de __________ (inserte nombre de municipio) quedó claro que no tiene idea de la promoción de la lectura. Nada dijo del estado de las bibliotecas, del impulso de salas de lectura barriales, del fomento de talleres y grupos de lectura, de la vinculación con promotores, editores, libreros, etcétera. Sólo se apersonó frente al _________ (inserte institución de gobierno) para regalar libros a transeúntes, sin ton ni son, y se fue satisfecho creyendo que, ya con eso, había generado lectores y, de paso, adeptos.”
—Siempre ha pasado eso, sigue vigente lamentablemente.
—Desde el prólogo hablas de este nombramiento de Guadalajara como la Capital Mundial del Libro, y que es en parte por esa noticia que te animaste a publicar estos artículos, ¿qué piensas del nombramiento?
—Bueno es un orgullo, yo me siento orgulloso, es una maravilla ser de Guadalajara, vivir en Guadalajara, hacer actividad editorial en Guadalajara, y que sea Capital Mundial del Libro. Eso hacia el exterior, hacia el interior es una vergüenza, yo estoy tan a disgusto con los políticos, con la gente de cultura, me parecen sordos, no quieren escuchar nada.
—En ese sentido, de las acciones, en la colaboración, ¿en dónde habría que poner mayor énfasis o atención?
—Mira, a mí siempre el tema de las bibliotecas me ha inquietado, y su situación actual me parece tan penosa y no hay ni visos de repensar siquiera el modelo de bibliotecas, ni tienen la más remota idea de cómo afrontar la carencia de asistentes.
En su momento pensaban que con unas computadoras conectadas a Internet iban a paliar la falta de visitantes, es terrible que lleguen cinco personas al día a un espacio público que debería tener una mayor relevancia.
La Red Estatal de Bibliotecas, ¿cómo ha surtido en estos últimos 20 años sus acervos? Con las pocas cosas que le llegan de la Federación. En el libro yo hablo de que Jalisco no tiene una actitud soberana en la compra de acervos, me parece muy grave que no exista una postura de decir, ‘a mí me interesa que mis ciudadanos lean lo más actual de literatura y yo me dedico a surtir esas bibliotecas’. Como que le dejaron la tarea a la Federación.
—Contrasta que haya bibliotecas semi vacías con la cantidad de gente que hay aquí hoy en esta Feria.
—Yo nunca he visto aquí un comprador del Gobierno del Estado que venga a surtir sus bibliotecas. No existe, nunca.




—¿Cuál es la labor social de un editorial? Lo saco de este texto en el que un señor les llama pidiéndoles que casi por caridad le publiquen algo, por labor social dice él.
—Sí, pero nos confundía. No somos el Fondo de Cultura Económica, o la Editorial del Estado. Operar, trabajar como editorial, esa es la labor. El hecho mismo de que de verdad sea congruente y tenga una conciencia profesional de su propio trabajo, eso ya es mucho.
Cuando me preguntan cómo operamos yo digo que buscamos autores, o lo que nos llega, seleccionamos una visión que tenemos como editores Elizabeth [Alvarado] y yo, y si nos gusta, si nos llena el ojo, lo publicamos. No cobramos a los autores para publicarles, al contrario, cuando podemos les pagamos sus regalías, como es.
Mucha gente sabe más o menos lo que publica Arlequín y por eso vienen. Esa forma de operar ya por sí mismo es un valor. Es un valor social la propia existencia de una editorial y la operación, pero sucede que tenemos tantas cosas en contra que impiden que esta labor sea desarrollada al 100% y siempre estamos como los salmones.
—Supongo que una de esas labores en contra son las “continuas y estremecedoras ignorancias que campean en el medio [editorial]” Y decías que una de ellas es el hecho de “considerar una industria a un puñado de editores que mal sobrevivimos y que hemos aprendido a hacer brotar agua de las piedras.”
—Hace unos días vino un colega peruano con el que tenemos amistad. Él vive en Arequipa, y dijo que estaba muy contento porque en su país se acababa de aprobar una ley en la que por ley está obligado el Estado Peruano a comprar un porcentaje de las nuevas ediciones de libros.
¡Caramba! De esa forma no necesito pedir una bequita para una coedición, o los estímulos que surgen de vez en cuando y que nos vemos obligados a solicitar para poder sobrellevar un proyecto editorial completo.
—En una de las columnas tienes una cita del editor Michael Korda que dice “editar libros es una profesión […] Y como todas las profesiones más nobles, la edición es también un arte, si se hace bien, y un misterio”.
—Totalmente, yo sigo aprendiendo cada día y me encanta porque siempre descubro nuevas cosas en el mundo de la edición, trato de asimilarlas y de mejorar mis ediciones y mis libros.
—¿Dónde está el misterio?
—Quizá en en esas serendipias, en las casualidades que te va dando la vida. Una de ellas es Ulises Zarazúa al que acabamos de publicar, lo conocí siendo adolescente, de 17 años. Qué me iba a imaginar, él ni siquiera quería ser escritor, y yo no sabía que iba a ser editor. Y ahora le estoy publicando una obra, Metaficcionario.
—’Arlequín en resistencia’, es algo que a lo largo de los artículos comentas.
—Un poco sí porque el camino no está allanado, es muy adverso.
—También escribes muchas veces sobre la piratería y la fotocopia, ¿en esto te sumarías a la ya célebre frase de Fernanda Melchor “regalen las nalgas, no mis libros”?
—No lo diría de esa manera. De lo que estoy a favor es de la compra, debe comprarse, no estoy en contra de la copia privada, cualquiera puede copiar para sí, pero lo que no pueden hacer es copiar para vender a alguien externo.
—Incluso la fotocopia ya suena muy antigua, está quedando desplazada por los ebooks y los PDFs.
—A mí el tema electrónico me parece genial, fundamental, importante.
—Por ejemplo, citas al historiador francés Roger Chartier, quien dice que aún “no alcanzamos a ver todas las posibilidades del mundo digital, es decir, una cultura escrita de textos abiertos, maleables, móviles, hipertextuales”.
—Para mí lo importante no es el continente, sino el contenido; las historias, la literatura, más allá que esté en papel, en bytes, en piedra o en una tablilla cuneiforme.
—Letra bastarda, este conjunto de textos de opinión, recién impreso, ¿a quién le recomiendas que lo lea? ¿Qué te gustaría que sucediera con él?
—Yo me atreví a publicarlo con mucho pudor, no estaba tan seguro de hacerlo. Pero la motivación fue quizá esto, la distinción de Guadalajara como Capital Mundial del Libro.
Eso sucedió en 2022, pero lo que yo cuento ahí es el contexto en el que se da el nombramiento y a mí me queda clarísimo que Guadalajara ganó por esta Feria del Libro, por estos nueve días maravillosos, geniales, estupendos. A mí no hay nada que me moleste de la Feria a pesar de los problemillas, casi todo es positivo.
El resto, los otros 356 días, vivimos en un páramo, una indefensión. En el oriente de la ciudad no hay librerías, las librerías están en los tianguis, en un botadero de libros, es bien triste y penoso.
—¿Tienes una nota de esperanza hacia el futuro para el libro y la lectura en Guadalajara?
—La esperanza es individual, la verdad. Lamentablemente va por ahí porque justamente las posibilidades que dan las tecnologías hacen que no necesitemos de un tercero para que podamos acceder a un contenido, a un libro.
Me fascina esa idea de que puedan comprar un libro nada más pulsando un botón. Otra área en la que incursionamos también, la del libro uno a uno, es decir, que se compra un libro impreso y se produce un libro para satisfacer esa necesidad. Nada más ese libro.
Así vendemos en España, no mandó ningún libro, si hay una compra se produce en España y se le manda a su domicilio, es una genialidad.
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