Víctor del Árbol, el escritor y sus raíces

“La literatura tiene que ser algo más que un espejo de la realidad”, dice el autor de La tristeza del samurái, de quien presentamos este perfil. El español viene a Guadalajara Capital Mundial del Libro para dar varias charlas —una de ellas en la Academia de Policía— y una conferencia magistral en el Laboratorio Variedades (LARVA).   

 

Por Gerardo Lammers

De Víctor del Árbol se suele decir que fue policía durante veinte años (¡veinte años!), mosso d’escuadra para ser precisos, en su natal Barcelona, antes de dedicarse tiempo completo a la literatura. No es difícil imaginarlo, con ese bigote (la mayoría de las veces finamente recortado), esas gabardinas y ese acento, más del sur de España que de la industriosa Cataluña, como un agente encubierto salido de alguna película.  

 

Lo que tal vez no sea tan sabido es que el autor de La tristeza del samurái, de 54 años, nacido en 1968, el año de las protestas y los movimientos estudiantiles, no se siente tan cómodo con la etiqueta “policial” que se suele pegar a sus novelas. Y que cree en el poder desintoxicador de la educación a través del arte. Lo dice por experiencia.

 

Hijo de madre andaluza y padre extremeño, Del Árbol creció en el barrio de Torre Baró, un sitio difícil, marginal, de migrantes que llegaban a Barcelona en busca del sueño catalán.

 

En la modesta casa de sus padres no había libros. Pero su madre, trabajadora doméstica, a pesar de sus extenuantes jornadas, se ocupó de darle a su hijo la mejor educación que tenía a su alcance, encargándole durante el día con una bibliotecaria de barrio.

 

“Y al final en una biblioteca acabas leyendo”, comenta Del Árbol en una entrevista en video, producida en 2018 por la Biblioteca Mariano Moreno de España.

 

Sin embargo, no fueron los libros lo que cautivó en un primer momento a un niño como él, que sufría las consecuencias de vivir en un barrio bravo. Fue el silencio.

 

“Ese primer espacio de tranquilidad es lo que me atrapó”, cuenta.

 

Leyendo cómics de La Ilíada, La Odisea y La Eneida fue como ese niño flaquito, acomplejado, “muy poquita cosa” —como él mismo se recuerda— se metió en esos otros mundos.

 

Ocurrió que Aquiles no le caía tan bien. Puesto a elegir, prefería a Héctor, su rival. Así que tomó un bolígrafo y empezó a grafitear las páginas de aquel cómic homérico insultando al guerrero de los pies ligeros, hasta que la bibliotecaria se dio cuenta.

 

“Los libros hay que respetarlos”, le dijo. “Porque detrás de ti vienen otros lectores. Pero si quieres te doy un cuaderno para que escribas tus propias historias”.

 

Momento decisivo en la vida de Víctor del Árbol.

 

A sus años de lecturas se fueron sumando los de escritura. A Chandler y Hammett, pilares de la novela policiaca, se sumaron Faulkner y Dostoievski, entre otros. Teniendo en cuenta que uno de los riesgos de escribir novela policiaca es caer en el homenaje o, en el peor de los casos, en el burdo cliché, es que Del Árbol reniega de esta categoría. Prefiere el calificativo de “novela negra”, por considerarlo, quizá, más amplio.

 

“Siempre he pensado que la literatura tiene que ser algo más que un espejo de la realidad; tiene que haber algo más allá que nos haga trascender de la mera apariencia, y el problema que yo encuentro en la literatura policiaca es que no trasciende eso, no va más allá”.

 

Hasta el momento ha escrito las novelas El peso de los muertos (2006), El abismo de los sueños (2008), La tristeza del samurái (2011), Respirar por la herida (2013), Un millón de gotas (2014), La víspera de casi todo (2016), Por encima de la lluvia (2017) y Antes de los años terribles (2019). Su más reciente novela es El hijo del padre (2021).

 

Sus historias hablan de la pérdida, del dolor, de la humillación, pero también de temas sociales como la migración. Están ambientadas lo mismo en la España franquista que en la contemporánea, pero también en otras latitudes y épocas, como ocurre con Un millón de gotas, que tiene episodios en la Rusia de Stalin. Entre sus personajes hay migrantes, como el ugandés que regresa a su país en Antes de los años terribles. Y sí, policías como Germinal Ibarra en La víspera de casi todo.  

 

“Al final los escritores somos narradores, somos contadores de historias”, dice. “Los géneros y las etiquetas son otros los que los han colocado ahí”.

 

Aunque ha resultado ganador de varios premios y en la actualidad se le considera uno de los escritores de novela negra (¡otra vez las etiquetas!) más importantes de Europa, en su discurso hay asuntos mayores, como la educación. Para Del Árbol es urgente una que privilegie la desintoxicación de un mundo como el que vivimos donde se endiosan éxito, dinero y rapidez.

 

Siguiendo a Kavafis y a Nietzsche, propone una educación que elogie la lentitud y la resistencia; una en la cual los libros sigan siendo protagonistas.  

 

“Este instrumento de apariencia inofensiva, el libro, nos ayuda a entender el sufrimiento, pero también el valor, la alegría, la belleza indescriptible de estar vivos. Un libro es un puente hacia la empatía. Nos enseña que, nos pase lo que nos pase, creamos lo que creamos, no estamos solos. Somos parte de un relato gigantesco, el de la Humanidad”, declaró hace apenas unos días en Sevilla.

 

Queda pendiente saber sobre su experiencia como policía y de lo que ésta aportó a su formación como persona y como novelista, pero de esto hablará durante su visita a Guadalajara, Jalisco, Capital Mundial del Libro, en donde incluso está programada una charla con cadetes de la Academia de Policía de esta ciudad.

 

Escéptico del mundo digital, no se puede sustraer del todo a él. Y como el pájaro que se posa en la rama de sus redes sociales, escribió hace unos días (el 9 de mayo) el siguiente mensaje en Twitter:

 

“A veces es la escritura la que se inclina hacia mí, como un árbol viejo que me regala cobijo sin pedirlo. A veces, mientras escribo, siento que estoy haciendo un gesto de reconciliación con todo lo que vive en mí”.

Puede que lo mejor de todo esto, donde podría conectarse la historia de Víctor del Árbol con la tuya y con la mía, es que estamos ante alguien que realiza su propio sueño, que en su caso consiste en ser escritor.

“La gente que lucha por sus sueños es gente que tiene esperanza”. 

Fotografía cortesía del autor

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *