“Leer la vida a través de la muerte”: José Luis Gómez Lobo 

Entrevistamos al escritor nacido en Tijuana y criado en Guadalajara sobre su más reciente libro, Cenotafios (Ediciones Arlequín), un conjunto de cuentos que exploran la ciudad, la violencia y la cultura popular  

Por Ángel Melgoza / Fotos: R. Cortés 

 

A una ciudad del norte una familia viaja a trabajar. Desde Guadalajara hasta Tijuana, y ahí, todos los días, el padre cruza para atender cantinas y tintorerías de San Diego. 

 

El padre de José Luis Gómez Lobo se llevó a esposa e hijos para buscar mejores oportunidades. Y la madre, previsora y perspicaz, a principios de los años 70 notó que aquel ambiente de cruce, tráfico, y una agitación de vicios y violencia no era el lugar para cirar a sus hijos que apenas entraban a la adolescencia. 

 

La madre trajo a sus hijos de vuelta a Jalisco, pero ese viaje, esa búsqueda, marcó a la familia, y especialmente a José Luis, pues Tijuana no fue solo su ciudad natal, sino un imaginario lejano que actuaba sobre él como una fuerza de atracción. 

 

—Naciste en Tijuana, pero has pasado tu vida en Guadalajara. ¿Influyó en tu trabajo ese pasado?

—Sí, claro. La mía es la historia clásica de los papás que van a aprobar suerte, que son de Jalisco y van a la frontera. Después de un tiempo deciden regresar, y yo vine pequeñito, de dos años. Y tuve la oportunidad de visitar Tijuana a los 18 años más o menos, y para mí fue increíble, fue mágico, primero el golpe que te da de saber que esa es tu tierra, donde naciste, que allí está tu ombligo… No sé, es algo encantador, pero otra cosa es la magia propia de la ciudad, esa agitación de la que huía mi mamá, a mí me atrae. Esa multiculturalidad, ese toque especial desde el burro pintado de cebra hasta la venta de cualquier cosa, la comida, el cruce y toda la problemática que representa un país huyendo de sus carencias: hay dolor, hay drama, es un hervidero de emociones. 

 

—¿Y Guadalajara?

A mi en lo particular me atrae muchísimo porque la considero muy agitada en muchos aspectos. Una de las temáticas que me mueven más, que me hacen escribir y provocan mi interés es precisamente el barrio, y visitar estos lugares me despiertan emociones. 

 

—Porque el lugar común de Guadalajara es la ciudad conservadora, donde las cosas no cambian mucho, tranquila, que yo creo dejó de ser hace mucho tiempo. 

También esta cuestión de la doble moral y eso que se platica tanto, pero más allá de esto hay una viveza muy intensa, hay una vida donde se vislumbran problemáticas y sentires de una universalidad tremenda. Tienes que estar muy abierto y receptivo a esos encantos. Si bien ya no lo es la arquitectura, ya no es el cliché ese del clima perfecto o de las flores o de las mujeres, ahora son otros encantos que hay que descubrir, y no necesariamente son ‘encantos de fotografía’, bonitos. 

 

—¿Cuál se te ocurre? ¿El ‘encanto’ de las carreras de Mustang por la ciudad? 

Bueno, pues eso es una cuestión muy diferente, si te refieres a mi cuento sobre el Club de Mustangs, yo creo que eso está más relacionado con mi interés por las respuestas simbólicas que la gente le da a diversos acontecimientos, una es la manifestación luctuosa que donde la gente representa a través de símbolos sus dolores, su culto a la muerte, por eso mi interés en estar receptivo a este tipo de marcas, de señalamientos que nos hablan de un lenguaje de la propia ciudad, que te quiere decir algo. 

 

—La ciudad en tus cuentos entra como un personaje. 

—Alguna vez me invitaron a un evento de escritores que han escrito sobre Guadalajara, una cosa así, y una de las preguntas principales fue ¿Por qué escribe sobre Guadalajara? Y dije que es porque conozco y vivo en Guadalajara, a mi parecer no me vería muy bien escribiendo sobre alguna ciudad que no conozco… Yo siento conocer, y a mi parecer lo entiendo bien, es el espíritu que aquí transita. En cada una de las obras que he escrito está presente Guadalajara como un personaje. 

—Estás presentando un libro de cuentos titulado Cenotafios (Ediciones Arlequín, 2022), que un cenotafio es un monumento funerario que no contiene un cadáver, ¿a quién están dedicados estos cenotafios?

 

Principalmente es una una manera de recordar a aquellos que vivíamos en el olvido, que estábamos destinados a vivir en el olvido. La muerte abrupta, la muerte violenta, la muerte que te coge a medio camino de tu casa a tu trabajo o viceversa, además de quitártela, también te genera vida… Te genera vida porque el hecho de que estés plantado simbólicamente en el sitio donde entregaste tu alma, en el sitio donde…

 

—Son estas cruces que vemos en los caminos, en una esquina, ¿verdad? 

No solo las cruces, conocemos las bicicletas blancas, a veces es una vela, a veces es una piedra, a veces es una una inscripción en el pavimento con el nombre de la víctima y la fecha de deceso… 

 

Yo creo al fin de cuentas es un reconocimiento que te mantiene en la vida social. Y esa vida social a veces estando en vida nos excluye y en esta condición [de muerte], hay un esfuerzo de los que te quedan, de tus familiares, de tus cercanos, de tus dolientes, por mantenerte en esa esfera, el objetivo es mantener la memoria, pero de ahí se derivan otras cosas, el primer objetivo es religioso, y es que tu alma tenga buen camino, que no quedes aquí perdido, extraviado, como estuviste en vida quizás. Pero después pasamos a otras lecturas del cenotafio, continúa y tenemos otras interpretaciones, por ejemplo de violencia o de la maldad que nos acecha. 

 

Así como existen redes comunitarias, o así como existen instituciones que supuestamente te brindan seguridad, también tenemos estas expresiones que también te protegen contra la maldad, vivificando el espacio, dándole un sentido distinto al espacio: si era una esquina perdida, una esquina basura, una esquina donde no había absolutamente nada, ahora tiene una connotación intensa y muy valiosa para muchas personas. 

 

—En el libro está este cuento llamado Cenotafio, pero hay otros más, ¿cómo fueron hilvanándose? 

Habría sido una estrategia muy lógica o barata el hecho de escribir un cuento, y que ese cuento fuera simplemente la anécdota de la muerte de tal persona y su crucecita, entonces hay más de fondo en esto, no solo se trata de plasmar la muerte de alguien y por qué le pusieron la cruz, sino que se trata de plasmar qué hay más allá, cuál es el extravío en que estamos nosotros. 

 

Por ejemplo, uno de los preceptos que se tienen sobre el cenotafio es que es una expresión que compete solamente al familiar, o que este no es un monumento que crea lazos comunitarios, que no nos congrega como otros incluso de corte religioso como los altares, humilladeros, que están en las esquinas con una virgen, velas y que cada cierto tirmpo le ofrecen un rosario, pero yo siento que sí nos congrega y nos enlaza el cenotafio, porque lo que a ti te pasa a mí como sociedad me ocurre, y lo que a ti te preocupa a mí me preocupa, y el muerto que es el tuyo, pude haber sido yo. 

 

—¿Hay alguna anécdota o historia que está detrás como disparador de este proyecto? 

Pues la verdad es que muchas. En este libro todo tiene su referente real, lógicamente con las licencias que te permite la literatura. La historia del niño santo, el que mencionabas de los chicos que van bebiendo cerveza, y que se pierden, y quedan vagando en esta desubicación, y traen este olor de las gladiolas hasta que se dan cuenta que están sus cenotafios ahí al lado de las flores.  

 

El primer cuento empieza con un muchacho que tuvo la mala fortuna de golpear a hijos de alguien muy pesado y pagó con su vida este hecho. Todos son reales, todos tienen su referente real. Hace hace días me sorprendí porque uno de los cuentos, se llama Rebelión en el Oxxo, y es precisamente un grupo de indigentes que, cansados de ser despreciados, cansados de no alcanzar el vino que tanto anhelan, deciden abordar el Oxxo y hacer un desmadre… y me doy cuenta que hace tres días ocurrió algo similar en el centro de la ciudad. 

 

Me gustaría que leyéramos estos cuentos y comprendiéramos que estos cenotafios son los signos ortográficos, son los puntos, son las comas, son los paréntesis, las comillas, de un lenguaje urbano que nos dice mucho. Se puede leer la ciudad a través de ellos, y en especial se puede leer la vida a través de la muerte. 

 

 

—¿Hay mucho de sociología en tu literatura?

Procuro que sí, hay una lectura de la realidad con herramientas sociológicas que tienen que ver con el comportamiento y la actitud en grupo, con observaciones rigurosas a lo que ocurre, y con la percepción de la sociedad. 

 

De hecho, una de mis intenciones cuando yo estudié sociología era abordar la sociología de la literatura, pero luego me di cuenta que era algo muy desprestigiado, porque ya había otras corrientes más fuertes que la relacionaban como sociocrítica por ejemplo. 

 

Si por mí fuera yo pondría en sociología materias relacionadas con la literatura y en letras o literatura materias relacionadas con sociología. 

 

—Me platicabas de este proyecto de gobierno, las colmenas, una centro cultural y social con cursos y espacios de esparcimiento gratuitos, donde ahora coordinas un área, ¿qué puede aportar la literatura a las personas que visitan estos espacios? 

Se procura generar talleres de diferentes artes, expresiones culturales, y yo me he querido perfilar hacia el área de literatura. Yo creo que la literatura tiene un poder de cohesión, de unidad, y una capacidad para observar la realidad de manera muy fiel. 

 

—Por ejemplo, ¿cómo entraste tú al mundo de la literatura?, ¿cómo te hiciste lector?

Creo que fueron dos vías, una la del cómic; fui desde niño muy lector de cuentos e historietas; y otra que fui muy rockero; la música me apasionaba mucho y la poética de las letras, de los grupos que a mí me gustaban, y llegó un momento en que quise emular a Jim Morrison, que era mi gurú [dice entre risas],  y escribó dos o tres poesías que nada que ver, pero estaba el gusanito de ir leyendo algunas cositas. 

 

Sin embargo un día tuve la suerte, la fortuna, de tener un espacio, un tiempo y la posibilidad de comprar un libro. En una tienda de autoservicio compré un platillo de comida, un libro que estaba en oferta y había un parque cerca, mi idea fue: comprar comida, un libro e irme al jardín para estarlo leyendo. Así lo hice, me ajustó para todo y el libro era El Extranjero, de Albert Camus. 

 

Lo elegí por el precio, porque me ajustaba, era un librito Alianza, todavía lo tengo; lo leí, y yo sé que Camus es un genio, es gente de otro nivel, pero para mí se me hizo que me despertaba una posibilidad de escribir sobre cualquier cosa. Yo tenía como referentes a estos grandes autores clásicos donde las anécdotas son increíbles, de reinas, de reyes, de tragedias, bíblicas, guerras, cosas muy a la altura de pocos y cuando veo la historia de un tipo que mata a alguien porque el sol le está calando, porque está aburrido, y que no siente nada por la muerte de su madre, cuando veo eso digo, ‘no, yo tengo que hacer algo relacionado con esto, se puede escribir sobre cualquier cosa’. 

 

Tenía 17 o 18 años, pero a partir de ahí me entró un gusano muy fuerte por incursionar en esto y cada vez fui escribiendo mi diario, intentando hacer cuentitos… 

 

—¿Y seguías comprando o ibas a bibliotecas, dónde seguías leyendo? 

Desgraciadamente en mi casa no había libros, pero sí había periódicos y revistas, esas revistas clásicas de cuentos policialos, vaqueros, de Archi, pero también de Vanidades, de TV y Novelas; tuve la fortuna de que el papá de un amigo era maestro y me veían bien en esa casa, yo me llevaba dos o tres libros cada determinado tiempo, llegaba mi amigo y los recuperaba, pero yo ya me había creado algo y cuando podía me compraba un librito. 

 

Yo di por fortuna con algo que me golpeó, me shockeo y hay gente que llega a algo que lo bloquea o que lo aburre, y que lo imposibilita a seguir leyendo. El primer libro que compré fue una biografía de Fernando Valenzuela, el beisbolista, y fue lo mismo, iba con mis papás a una tienda de esas, compraron su mandado, y el librito en oferta de Fernando Valenzuela, que era mi ídolo. Esa fue mi entrada. 

 

—¿Te gustaría invitar a la gente a la Colmena donde trabajas?

Sí, yo estoy en Rancho Nuevo, en la Colmena Rancho Nuevo, imparto un taller que se llama El sabor de narrar, tiene que ver con estas recetas, comidas que nos mueven a ciertas emociones que tenemos guardadas. 

 

—Me contabas que no solo se trata de las recetas, sino de las anécdotas o las historias que las rodean 

Sí, por ejemplo una señora nos platicó sobre el día en que su esposo, entonces su novio, la llevó por primera vez a conocer a su familia, y su suegra le hizo un mole que ella siguió haciendo desde entonces, y ahora que su marido murió, cada que hace ese mole lo recuerda. Son historias así. 

 

Hay otro taller de Historia oral, que busca rescatar anécdotas, tradiciones, e historias de la colonia, revivirla en voz de la comunidad. 

 

Tengo otro taller, Creación literaria infantil, es para que los niños le vayan perdiendo el miedo a la lectura y que se vayan aventurando a jugar con la escritura. 

 

Además hay otro de Creación literaria para adolescentes y adultos, quien quiera entrarle a escribir. A mí me interesa mucho que tenga repercusión, yo quisiera que fuera mucha gente, ojalá del barrio, pero es abierto y gratuito. ⚫

Talleres literarios en Colmena Rancho Nuevo, impartidos por José Luis Gómez Lobo 

  • El sabor de narrar, jueves de 17:00 a 19:00 horas
  • Historia oral, miércoles de 17:00 a 19:00 horas
  • Creación literaria, adolescentes y adultos, viernes de 16:00 a 18:00 horas 
  • Creación literaria, infantil, martes de 16:00 a 18:00 horas 

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